Fanfic Mujercitas -¿Qué Hubiera Pasado Sí...?- Capítulo 4
Resumen del anime: Meg, amable y confiada. Jo, independiente y enérgica. Beth, tímida y callada. Amy, amable y precoz. El padre de familia ha dejado su hogar para servir en la guerra civil estadounidense; luchando contra el ejército Confederado. En su ausencia, una batalla en la ciudad deja a su familia sin casa y él les aconseja buscar hogar en la casa de su Tía Marta, en la ciudad de Newford, Massachusetts. Allí pasan algunos días y aunque al principio, la Tía Marta no está del todo contenta con su presencia, pronto cambia de opinión y se encariña con cada una de las "mujercitas". Poco después se instalan en su nueva casa en los alrededores y conocen muchos nuevos amigos. Sus vecinos serán los Laurence, que viven en la casa de al lado y Laurie, el joven nieto del Sr. James Laurence se hará gran amigo de la familia March. Juntos, todos superan cualquier situación, logrando resolver cualquier problema para salir adelante.
Jo March, nuestra joven y temperamental protagonista, decide ir a vivir a New York para ampliar sus horizontes como escritora, tal y como su amigo Anthony Boone se lo recomendó antes de que éste partiera también hacia la misma ciudad. Pero Laurie Laurence, el vecino adinerado de la familia March, decide él también partir hacia New York para estudiar en la universidad y, algún día, poder declararle su amor a Jo antes de que Anthony lo haga también. El gran problema para ambos muchachos, es que la aficionada escritora tiene un temperamento fatal y es muy poco afecta a las declaraciones de amor... ¿Cual de los dos jóvenes logrará conquistarla?
¿QUÉ HUBIERA PASADO SÍ...?
Jo March, nuestra joven y temperamental protagonista, decide ir a vivir a New York para ampliar sus horizontes como escritora, tal y como su amigo Anthony Boone se lo recomendó antes de que éste partiera también hacia la misma ciudad. Pero Laurie Laurence, el vecino adinerado de la familia March, decide él también partir hacia New York para estudiar en la universidad y, algún día, poder declararle su amor a Jo antes de que Anthony lo haga también. El gran problema para ambos muchachos, es que la aficionada escritora tiene un temperamento fatal y es muy poco afecta a las declaraciones de amor... ¿Cual de los dos jóvenes logrará conquistarla?
/¡Hola a todos! ¿Cómo han estado? Soy Amy March y nuevamente les traigo un capítulo más de la vida de mi familia. Como recordarán, Jo llegó aNueva York y no tuvo un buen comienzo pero, como no todo es malo en estavida, las cosas fueron arreglándose poco a poco y, como siempre, nuestro amigo Anthony la ayudó imperceptiblemente sin que ella se diera verdadera cuenta de que él lo hacía más por amor que por amistad… ¡Qué romántico!/
Cuando aquella mañana Anthony llegó a su departamento dispuesto a saludar a su amiga a pesar de que corría el riesgo de que ésta lo recibiera fríamente o le lanzara, por ejemplo, algún libro a la cabeza, grande fue su sorpresa cuando abrió la puerta y se dio con que el departamento se encontraba reluciente de limpio y completamente ordenado con cada cosa en su respectivo lugar.
—¡Vaya! —exclamó asombrado mientras se sacaba el sobrero y se restregaba la cabeza como siempre hacía cuando algo le parecía muy grato—. ¿Qué pasó aquí?
—Pasó que la magia de una hábil mano femenina encantó todo este lugar y lo dejó reluciente de limpio… —fue lo que dijo Jo mientras reaparecía sonriente por detrás de la puerta en dónde se había ocultado cuando escuchó que ésta se abría—. ¡Muy buenos días, Anthony! ¿Cómo estás?
—Muy feliz de verte tan contenta —replicó mientras entraba al departamento y contemplaba todo lo que había hecho su amiga—. Verdaderamente no me esperaba esto, ¿sabes? Ahora todo se ve con otra perspectiva… —Se volvió hacia la muchacha—. Gracias, Jo.
—¡Oh! No es para tanto —rebatió la aludida volviéndole la espalda para que Anthony no viera el tenue rubor que gobernaron sus mejillas—. Es lo menos que puedo hacer por todo lo que estás haciendo por mí.
Nuestro joven periodista estuvo a punto de dirigirle una indirecta a Jo acerca de su aprecio por ella, pero, recordando el consejo de aquel viejo vendedor de libros tan simpático y sabio, decidió no decirle nada.
—Oye, Jo —le dijo mientras se sentaba en la silla—, ¿no tienes hambre? Vine a buscarte para que saliéramos a desayunar.
—¿Salir a desayunar? —Repitió perpleja—. ¿Es que no podemos desayunar aquí?
—Claro que no, Jo —negó sonriente—. No hay cocinas en estas habitaciones ni tampoco en el edificio; así que tenemos que salir a comer fuera. Uno puede ir a los cafés o a los restaurantes, si se tiene dinero para eso, o si no se tiene lo suficiente, uno puede ir a alguna humilde y sencilla tienda de comidas.
—¿Lo dices de verdad? —inquirió un tanto escéptica pero presta a escuchar una respuesta afirmativa por parte de su amigo.
—Lo digo de verdad.
—¡Oh! ¡Estupendo! ¡Eso suena magnífico! —exclamó llena de alegría mientras batía las palmas de las manos muy emocionada con la idea.
—¡Bien! Ya que estamos de acuerdo… —se levantó de la silla y se dirigió hacia la puerta—. Vamos entonces. Yo invito.
Muy emocionada con la idea de salir a comer en la gran ciudad, Jo se sacudió el polvo de la ropa y se arregló el cabello con la velocidad que la caracterizaba, por lo que estuvo lista muy pronto y se tomó del brazo que Anthony le ofrecía amablemente y ambos salieron de la habitación llenos de alegría. No sin antes, echarle llave a la cerradura.
En cuanto puso los pies en la acera, Jo se dio de lleno con una calle tremendamente concurrida por transeúntes, vendedores y carros, ofreciéndole una vista espectacular a una joven e inocente pueblerina como lo era ella.
—¡Oh, Anthony! ¡Esto es maravilloso! —exclamó la chica juntando las manos y mirando a su alrededor con gran placer.
El joven periodista no dijo nada, pues le encantaba observar la felicidad de su amiga.
—¡Eh, Jo! ¡Cuidado! —le advirtió, dirigiéndose apresuradamente hacia ella pata tomarla del brazo antes de que ésta cruzara la calle sin mirar y fuera atropellada por un carro.
—¡Oh! Cuanto lo siento, Anthony —se disculpó con la mano en el pecho mientras sentía cómo el corazón le latía con fuerza por culpa del susto que se había llevado—. Estaba tan embobada con lo que veía a mi alrededor que no me fijé en la calle…
—Está bien, no te preocupes. A mí me pasó lo mismo cuando llegué a este lugar. ¿Qué te parece si mejor me tomas del brazo y nos vamos a desayunar sin más tropiezos? Te prometo que más tarde te mostraré todo el lugar —le propuso mientras le ofrecía el brazo con una gran sonrisa simpática en el rostro.
—¿Tendrás tiempo para eso? —inquirió frunciendo el ceño un tanto desconfiada—. Siempre estás ocupado con tu trabajo.
—Te lo prometo, mi querida Jo. Como que me llamo Anthony Boone que cumpliré con mi palabra de caballero —le prometió con gran efusividad.
—Tonto… —replicó un poco reacia a creerle, pero enseguida recuperó el buen humor por la perspectiva de un buen desayuno y, colgándose del brazo del periodista, declaró sonriente—: Bueno, vamos de una vez que me estoy muriendo de hambre.
Entonces, ambos cruzaron la atestada calle con suma precaución, que fue poca dada a lo concurrida que estaba por los carros, caballos y gente, pero cuando llegaron a la otra acera, una mezcla de deliciosos olores hicieron de Jo la chica más feliz de la ciudad de Nueva York. Anthony la
condujo a través de algunas callejuelas y, pasando de largo algunos comedores de mejor aspecto, llegaron hasta un sector en donde había unas tiendas de comida de aspecto humilde pero que se servía comida deliciosa.
—Bienvenida a los comedores de la gente humilde y trabajadora, Jo —le dijo mientras extendía el brazo y le mostraba todo aquel lugar lleno de gente, perros y gatos—. La mayoría de esta gente son inmigrantes.
—¿Es aquí donde vamos a almorzar? —Jo parecía desencantada, lo que preocupó a Anthony, puesto que su dinero era demasiado escaso como para desayunar en otro lugar mucho más costoso. Así que pensó que lo mejor sería llevarla a otro sitio de mejor ambiente a riesgo de quedarse él mismo con hambre.
Estaba a punto de proponerle otro comedor, pero Jo se le adelantó:
—¡Es genial! Para una escritora como yo, este sitio es el mejor para conocer gente —se volvió sonriente hacia su amigo—. Bien, tú eres el guía. ¿Me haces los honores?
—Claro —sonrió con el corazón rebosante de tranquilidad, dando las gracias de que su pequeña amiga tuviera la mente tan abierta como para comer en cualquier lugar.
Y así, conduciéndola a uno de aquellos comedores, llegaron a uno en donde él ya había comido en varias ocasiones cuando no tenía el suficiente dinero como para ir a un lugar mejor.
Aquel sitio no era ni siquiera un salón, más bien era una especie de tienda que tenía una lona como techo que cobijaba del calor y del frio a los comensales que se sentaban en unos burdos taburetes frente a una mesa larga de madera en donde se servía la comida que estaba a la vista en bandejas y ollas sobre una cocina improvisada.
—Buenos días, Sansón —Anthony saludó al obeso y grasiento cocinero de aspecto amistoso mientras le corría un taburete a Jo para que se sentaraen él—. ¿Qué tienes de delicioso?
—Para ti, mi querido jovencito, tengo café, tocino y huevos —respondió el escocés con una gran sonrisa mientras posaba sus ojos en la joven muchacha que miraba a su alrededor con gran curiosidad—. ¿Quién es la señorita? ¿Tu novia?
Antes de que él lograra responder a eso, Josephine fue quien aclaró las cosas con su impetuosa personalidad.
—No soy su novia; somos amigos y nada más. ¿Sabe?
—¡Vaya! ¡Esta chica tiene fuego en la sangre! ¡Ja, ja, ja! ¡Buena elección, mi joven amigo! —se rió el buen hombre mientras le daba unas fuertes palmadas en la espalda de Anthony, quien se había puesto tan colorado como un tomate y Jo se cruzaba de brazos bastante molesta—. Quieren dos desayunos, ¿verdad? ¡Ya mismo se los doy!
Y sin pérdida de tiempo, el cocinero se puso manos a la obra y en un santiamén les sirvió café, tocino y huevos.
A pesar de la frugalidad del desayuno, estaba delicioso, así que ambos se dispusieron a comerlo con gran beneplácito.
—Espero que no te moleste el lugar, Jo —Anthony comenzó a disculparse—; es lo único que puedo pagar por ahora. Tal vez, más adelante, cuando el jefe de la editorial me tenga más confianza y respete mi trabajo, gane más dinero y pueda llevarte a un lugar mejor.
—¡Oh, Anthony! No te preocupes por eso —sonrió la chica—. No me molesta en nada comer en estos lugares. Es más, para una escritora como yo —dijo mientras ponía énfasis en las últimas palabras—, esta experiencia me viene muy bien, ¿sabes?
El muchacho apoyó el codo en la mesa y dejó descansar su cabeza sobre la mano, mirando a su amiga con gran detenimiento, con sus ojos azules brillantes de admiración y una sonrisa burlona en el rostro.
—Veo que has tomado en serio los consejos de tu fiel servidor….
—Bueno, si no fuera por ti, aun estaría perdiendo el tiempo en NewCord como una escritora aficionada —Jo no pudo evitar ponerse colorada y procedió a desviarle la mirada para centrarla en el café. Aunque la pobre chica no sabía por qué se había sonrojado de esa manera.
—Vamos, Jo, no digas eso. Después de todo, ya no eres una aficionada, recuerda que lograste publicar uno de tus escritos en el /NewCord Times/, así que ahora eres una escritora profesional en busca de inspiración en una gran ciudad. Das la impresión de que no valoras todo el tiempo que invertiste en escribir tus historias.
—¿Ah, sí? —acicateada, la muchacha volvió su atención hacia él, ofendida y avergonzada—. ¿Y no fuiste tú quien dijo que mis historias no tenían estilo y faltaban a la verdad? ¿Qué no te gustaban?
—Pero eso no significa que sigues siendo una aficionada, Jo —aclaró con seriedad—. Es verdad que esa fue mi opinión en un principio, pero mejoraste y lograste publicar tu propio cuento en poco tiempo, y eso es algo realmente loable para una joven de tu edad, casi sin experiencia en la vida.
—¿De verdad piensas eso de mí? —parpadeó, expectante.
—Por supuesto que lo digo en serio. Eres una chica estupenda.
—¡Bah! ¡Eso ya lo sé! —replicó sin poder evitar ruborizarse ligeramente, tratando de poner toda su atención sobre el plato—. Ahora dejémonos de tonterías y comamos antes de que esto se enfríe.
Anthony no dijo nada, simplemente sonrió y se dedicó a desayunar junto a su amiga en completo silencio, pero disfrutando enormemente de su compañía.
Luego de media hora, cuando ya ambos habían terminado de desayunar y luego de despedirse de aquel cocinero tan entrometido y agradable a la vez, se pusieron en marcha rumbo al centro de la ciudad en donde se encontraba la editorial en la que trabajaba Anthony, pues ya no tenían tiempo de pasear por el vecindario tal y como Jo lo había previsto.
—¿Qué harás con tu tiempo libre, Jo? —le preguntó mientras caminaban por la vereda atestada de gente.
—Pues, escribir —se alzó de hombros—. Debo aprovechar éste contratiempo lo más que pueda. Una vez que me instale en el edificio de la señora Kirke y me ocupe de sus chiquillos, no creo que vuelva a tener tanto tiempo como ahora.
—Entonces, puedes considerarte en vacaciones.
—Podría decirse, pero tengo malas experiencias con las vacaciones, ¿sabes? —le guiñó un ojo con picardía, recordando aquella vez que tía March le había otorgado vacaciones porque se iba de viaje para que, en ese mismo día pero más tarde, las pospusiera cuando Jo ya había hecho planes con Laurie y Anthony de pasarla bien—. Buscaré hacer otras cosas aparte de escribir y cuidar de tu departamento.
—Podrías asistir al salón de lectura de la hija de ese señor tan simpático de ayer —propuso.
—¿Crees que no lo tengo en cuenta? Claro que voy a ir a ese salón de lectura, me encantaría conocer gente que ame los libros tanto como yo.
—Yo amo los libros y… —Anthony quiso agregar "y a ti", pero se contuvo—… y nunca hemos hablado sobre ellos.
—Mmm… Tienes razón —asintió un tanto pensativa con la mano en la barbilla y, con una sonrisita maliciosa. Miró a su amigo con curiosidad—. ¿Sobre qué te gusta leer? ¿Acaso novelas góticas?
—No —Respondió muy ufano—. Mis gustos van más allá de las novelas góticas.
—¿Pero las leíste?
—Las leí. Son interesantes pero algo oscuras. No creo que una chica de tu edad deba leerlas aún.
—Jane Austen mencionó /Los Misterios de Udolfo /y /El Monje/ en su novela /La Abadía de Northanger/ —insistió la muchacha.
—¡Ah! Pero por leer esas novelas, la protagonista casi pierde el amor de su vida —rebatió guiñándole un ojo.
—No niego eso, pero yo no tengo un novio qué perder si las leo —replicó muy ufana y orgullosa, cruzándose de brazos.
—Bueno, en eso tienes razón, pero prométeme que no leerás esas novelas hasta que cumplas los 20 años —le pidió, mirándola seriamente.
Jo se le quedó mirando por unos instantes, sorprendida, pero enseguida sonrió y asintió con alegría.
—Como tú quieras, Anthony. Sé que me lo dices por mi bien.
—Bien, eso me tranquiliza —dijo con una media sonrisa y dirigió su mirada hacia el camino.
Caminaron en silencio por un buen rato, uno al lado de otro, disfrutando de su mutua compañía. La acera estaba repleta de gente que iba y venía hacia sus trabajos, hogares o mercados. Casas familiares, negocios, edificios, todo aquel lugar era muy bullicioso con sus carruajes y caballos. Josephine March disfrutaba enormemente todo aquello. Pero aun le esperaba una sorpresa más, una sorpresa que jamás hubiera imaginado encontrarse en aquel lugar a pesar de su obviedad: un teatro y sus consecuencias.
—¡Mira, Anthony! ¡Un teatro! —exclamó la joven llena de felicidad, maravillada ante aquel edificio llenos de sueños e historias—. ¿Qué obra estarán representando?
—Creo que es una comedia no muy conocida —el joven periodista se acercó a ella con aire crítico—. Éste no es un teatro muy bueno que digamos… Su dueño es un empresario pobre y los actores son principiantes y ninguno destaca en sus representaciones y…
—¡Oh! ¡Mira! —lo interrumpió señalando un cartel que se encontraba pegado en la pared—. ¡Necesitan nuevos actores o escritores!
—No me digas… —Anthony se acercó a leer el cartel, inclinándose un poco para hacerlo, pues él era más alto que Jo—. ¿Y por qué no lo intentas? —. Le preguntó, volviéndose hacia ella.
—¿Eh? ¿Yo? —se sorprendió la aludida.
—¡Sí! ¡Inténtalo! ¿No me contaste acaso que representabas tus propias obras de teatro con tus hermanas en casa?
—Tienes razón. ¡Claro que puedo hacerlo! —exclamó, poniendo los brazos en jarra, muy segura de sus dotes como dramaturga.
—¡Muy bien dicho, Jo! —la felicitó Anthony—. Después de todo, no perderás nada con intentarlo. Si quieres mejorar tu estilo como escritora, deberás tener muchas experiencias en esta ciudad, pues encerrada en una casa, dudo mucho que las tengas.
Jo arqueó una ceja y lo asesinó con la mirada.
—¿Qué quieres decir con eso de "después de todo, no perderé nada con intentarlo y si quiero mejorar mi escritura"? ¿Crees que no podré escribir una obra de teatro que los impresione?
Por toda respuesta, el pícaro muchacho metió las manos en los bolcillos del saco y sonrió mientras miraba hacia un contado.
—¡Ah! ¿Con que te burlas de mí, eh? ¡Pues ya verás cómo lo consigo! ¡No por nada soy la hija de Frederick March! —declaró con gran efusividad, terriblemente ofendida—. ¡Ya mismo me inscribiré y muy pronto me verás actuando en una obra que yo misma escribiré!
Y, ante la triunfante y divertida mirada del muchacho, Jo March se dispuso a entrar muy decidida al teatro.
—¡Suerte, Jo! —le gritó—. ¡Tengo que irme a trabajar! ¡Luego pasaré por casa a preguntarte qué tal te fue!
—¡Está bien! ¡Adiós! —le replicó ésta de mal humor mientras entraba al edificio.
Con una radiante sonrisa en el rostro, Anthony se marchó caminando de allí, deseándole toda la buena suerte a su querida amiga.
—Sigue siendo tan quisquillosa como siempre —murmuró—. Ahora estoy seguro de que lo logrará.
/¡Bueno! Creo que Jo es demasiado orgullosa ¿no? Pero me sorprendería saber que mi hermana fuera una famosa actriz cuando yo misma me gustaría serlo… ¡Pero qué envidia me da! Muy pronto sabremos cómo le fue… ¡Hasta la vista, amigos!/
Continuará el próximo miércoles...
Nota de una Bloguera Distraída:
¡Hola, mis queridos arrinconados! ¿Cómo están? En estos momentos me siento muy decepcionada con una persona: me había prometido ayudarme con los dramas coreanos y porque yo le sugerí que tenía que mejorar un poco la calidad del video se enojó y no volvió a escribirme más... ¡Me molesta tanto que algunas personas sean tan infantiles en sus actitudes! En vez de conversar el asunto prefieren huir. Me ilusionaron por nada. ¡Muchas gracias!
¡Gracias por visitar el blog!
¡Nos leemos en la próxima entrada!
¡Cuídense!
Sayounara Bye Bye!!!
Gabriella Yu