Fanfic Mujercitas -¿Qué Hubiera Pasado Sí...?- Capítulo 3
Resumen del anime: Meg, amable y confiada. Jo, independiente y enérgica. Beth, tímida y callada. Amy, amable y precoz. El padre de familia ha dejado su hogar para servir en la guerra civil estadounidense; luchando contra el ejército Confederado. En su ausencia, una batalla en la ciudad deja a su familia sin casa y él les aconseja buscar hogar en la casa de su Tía Marta, en la ciudad de Newford, Massachusetts. Allí pasan algunos días y aunque al principio, la Tía Marta no está del todo contenta con su presencia, pronto cambia de opinión y se encariña con cada una de las "mujercitas". Poco después se instalan en su nueva casa en los alrededores y conocen muchos nuevos amigos. Sus vecinos serán los Laurence, que viven en la casa de al lado y Laurie, el joven nieto del Sr. James Laurence se hará gran amigo de la familia March. Juntos, todos superan cualquier situación, logrando resolver cualquier problema para salir adelante.
Jo March, nuestra joven y temperamental protagonista, decide ir a vivir a New York para ampliar sus horizontes como escritora, tal y como su amigo Anthony Boone se lo recomendó antes de que éste partiera también hacia la misma ciudad. Pero Laurie Laurence, el vecino adinerado de la familia March, decide él también partir hacia New York para estudiar en la universidad y, algún día, poder declararle su amor a Jo antes de que Anthony lo haga también. El gran problema para ambos muchachos, es que la aficionada escritora tiene un temperamento fatal y es muy poco afecta a las declaraciones de amor... ¿Cual de los dos jóvenes logrará conquistarla?
¡Hola a todos! ¿Cómo han estado? Soy Amy. Como recordarán, hemos dejado a Jo metida en un gran lío al verse desamparada en la gran ciudad de Nueva York, pero, como siempre, su amigo Anthony encontró la manera de ayudarla… ¡llevándola a su departamento! ¡Cómo se enfadarán mamá y papá cuando lo sepan! Y tampoco quiero imaginarme cómo se lo va a tomar Laurie cuando se entere de esto… En fin, no creo que Anthony sea un tipo malo… ¿No es así?
Antes de proseguir con la narración de esta historia, sería conveniente hacernos una idea de lo que era la ciudad de Nueva York en los tiempos en que vivía nuestra protagonista.
En el siglo XIX, la inmigración y el desarrollo transformó la ciudad. Una visionaria propuesta de desarrollo, el /Commissioners' Plan of 1811/, expandió la rejilla urbana por toda la isla de Manhattan, y la apertura en 1819 del Canal de Eire conectó el puerto atlántico con los vastos mercados agrícolas del interior de Norteamérica. Para 1835, la ciudad de Nueva York había sobrepasado a Filadelfia como la ciudad más grande de Estados Unidos. La política local había caído bajo el dominio del /Tammany Hall/, un sistema de clientelismo político apoyado por los inmigrantes irlandeses. Algunos miembros de la antigua aristocracia mercante contribuyeron al establecimiento del Central Park, el cual se convirtió en el primer parque paisajístico de una ciudad estadounidense en 1857. Por otro lado, un importante movimiento abolicionista existió en Manhattan y Brooklyn, y aunque los esclavos existieron en Nueva York en la década de 1820, para la década siguiente, Nueva York se convirtió en el centro de activismo abolicionista del Norte.
Entre el 13 y el 16 de julio de 1863 la oposición a la conscripción militar durante la Guerra Civil Estadounidense (1861-1865) provocó una serie de manifestaciones violentas conocidas como /Draft Riots/ o /Draft Week/; dichos eventos son considerados como uno de los peores levantamientos civiles de la historia estadounidense. Durante este siglo la ciudad se consolida como la ciudad más grande y como el puerto más importante de la nación lo que constituía un enriquecimiento progresivo.
Las gentes adineradas se trasladaron a la parte alta de la ciudad, adonde luego llegó el transporte público. El ómnibus tirado por caballos se introdujo en 1832. Pero con el rápido crecimiento aparecieron los problemas que acarrean las grandes urbes: los incendios, las epidemias y las crisis financieras causaron importantes daños. El 5 de octubre de 1858 el Crystal Palace fue completamente destruido por el fuego.
La llegada de un gran número de inmigrantes incrementó la concentración demográfica, creciendo los suburbios. En 1846, uno de cada siete neoyorquinos era pobre. Cuando los comerciantes neoyorquinos empezaron a amasar grandes fortunas, la ciudad entró en una época dorada, durante la cual se construyeron muchos ostentosos edificios. Se invirtieron millones de dólares en las artes, fundándose el Metropolitan Museum, la Public Library y el Carnegie Hall; se inauguraron hoteles de lujo como el Waldorf-Astoria y el Plaza, y surgieron grandes almacenes para abastecer a los más adinerados. El tramo de la Sexta Avenida situado entre las calles 14 y 23 era conocido como Fashion Row (o de la moda). Lujosas mansiones se alineaban en la Quinta Avenida.
Y era ése el nuevo mundo que rodeaba a la joven escritora, un mundo maravilloso que le abría las puertas y era recibida con la promesa de nuevas y maravillosas experiencias para su espíritu joven y aventurero, deseoso de saborear la libertad y el autoconocimiento.
Conociendo la innata curiosidad de Jo, Anthony la había llevado hacia la zona más interesante de la ciudad, en donde visitaron el Museo Metropolitano, la Librería Pública y la Sexta Avenida, en donde grandes tiendas ofrecían sus productos más atrayentes para el consumidor, claro que, aquellos productos no estaban al alcance de cualquier bolcillo debido a sus altos precios.
Como en un sueño, olvidándose por completo de la disputa por la maleta, Jo se la entregó a su amigo y se dedicó a admirar cada maravilla que pasaba por sus brillantes ojos grises. Los cuadros, estatuas, extraños animales disecados, los recién descubiertos esqueletos de dinosaurios llevaron a Jo a un mundo fantástico y lleno de historia; La Librería Pública fue algo que la dejó prácticamente sin aliento, cada libro, cada autor conocido o desconocido que encontraba, no hacía otra cosa que llenarla de grandes ilusiones respecto a su futuro literario; En la Sexta Avenida, con sus grandes y deslumbrantes tiendas, las veredas atestadas de gente al igual que las calles repletas de coches tirados por caballos, Jo no pudo hacer otra cosa que quedarse pasmada ante semejante espectáculo: los vestidos, los sobreros, las joyas, todo, absolutamente todo era a la última moda, el último grito de Paris. A pesar de que ella era una chica un tanto masculina, no pudo evitar sentirse atraída por aquellos "trapos".
Para Anthony, era lo más hermoso del mundo ver a su emocionada amiga dar saltitos de alegría, batir las palmas y reír con su risa tan animada de siempre cada vez que algo la entusiasmaba; para él, la presencia de la chica era como una brisa fresca en un día caluroso y agotador, y, a pesar de su fuerte carácter, él la admiraba y creía con sinceridad que ella podría ser capaz de hacer grandes cosas.
Luego haber paseado durante dos horas por el centro de la ciudad y cenado una deliciosa sopa en un puesto callejero, Jo y Anthony se dispusieron por fin a marcharse a casa del segundo. La muchacha conversaba animosamente con su amigo sobre todo lo que había visto aquel día, dando vueltas a su alrededor con un cachorrito, por lo que Anthony no podía evitar mostrarse lleno de satisfacción, porque, como nadie es perfecto, el muchacho era un tanto creído de sí mismo.
Justo cuando más entretenidos estaban con su conversación, Jo quedó embelesada con un bello tomo de /Notre-Dame de París/ que se exhibía en el escaparate de una pequeña librería.
—¿Te gustan las novelas francesas, Jo? —le preguntó Anthony inclinándose un poco al lado de ella para contemplar su luminoso rostro lleno de entusiasmo.
Sin despegar su vista del libro, la chica le contestó que ya había leído /El Conde de Montecristo/ y que le había interesado muchísimo la hermosa literatura francesa.
—/Notre-Dame de París /es una obra maestra escrita por Victor Hugo en 1831 —observó el joven periodista mirando primero el libro y luego a Jo—. Tienes un muy buen gusto por la literatura, Jo.
—¡Bah! ¡Qué tonto eres, Anthony! —exclamó la aludida poniéndose colorada como un tomate por aquel elogio poco "femenino" pero muy bien acertado para su personalidad.
Y, haciéndose el pensativo, él agregó llevándose la mano al mentón:
—Por eso me resulta extraño que escribas esas cosas que escribes…
—¿Eh? ¿Qué estás queriendo decir con eso, Anthony Boone? ¿Estás diciendo que tengo mal gusto para la escritura? —se quejó inmediatamente, poniendo los brazos en jarra y fulminándolo con la mirada.
Con una gran sonrisa en el rostro y abanicando apresuradamente las manos, Anthony se defendió:
—¡Vamos, Jo! No te pongas así, estoy seguro de que, si sigues escribiendo con la misma constancia y pasión de siempre, lograrás ser una gran autora como lo es Victor Hugo.
Al escuchar eso, el enfado de Jo desapareció inmediatamente.
—¿Tú crees en serio que lograré ser tan famosa como lo es Victor Hugo? —le preguntó llena de ilusión.
El joven se le quedó mirando por unos segundos, observando aquella mirada llena de esperanza, le colocó una mano sobre el hombro y le dijo seria y lentamente:
—Tengo plena confianza en que lo lograrás, siempre y cuando tengas esa meta frente a tus ojos, Jo.
Y mientras ella, sonriente, volvía su atención hacia el escaparate para seguir mirando muy embelesada aquella joya literaria, Anthony metió disimuladamente la mano al bolcillo interior de su chaqueta para buscar su billetera. Una vez ésta en sus manos, la abrió para saber de cuánto dinero disponía, pues tenía la intención de comprarle aquel interesante libro a su amiga.
Frunció el ceño, no tenía lo suficiente; podía comprar el libro, pero ya no tendría dinero para alquilar una habitación, pero, al volver su mirada hacia aquella carita llena de ilusión, supo de inmediato que tal sacrifico valía la pena, así que, ni lerdo ni perezoso, se decidió a comprarle el libro.
—¿No te gustaría tener esa magnífica novela, Jo?
—¿Qué dices? ¡Sería estupendo!
—Bueno, entonces entremos adentro de la librería para preguntar cuánto
cuesta.
—¡Sí, vamos! Solamente espero que no sea tan caro. No sé si podré comprarlo… —dijo mientras entraba a la tienda seguida por su amigo periodista.
Una vez adentro, nuestra joven escritora se olvidó completamente de lo que iba a preguntar al verse rodeada de un montón de libros interesantes apilados sobre varias mesas y estantes. Sin pensarlo dos veces, se abalanzó sobre los tomos y comenzó a hojear cada uno de ellos con gran embeleso, sin darse cuenta de que Anthony y el librero la miraban con una sonrisa en el rostro.
—Se nota que la pasión de la jovencita es la lectura —opinó el vendedor, quien era un anciano de apariencia bondadosa y usaba unos pequeños anteojos redondos.
—Sí, ella será una gran escritora en el futuro… —replicó Anthony mientras se apoyaba en el mostrador; el buen hombre notó el cariño y la admiración que habían en la voz y la mirada del muchacho.
—¿Aún no es tu novia, verdad? —le preguntó, tomándolo por sorpresa.
—¿Eh? ¿Por qué me dice eso? ¡Entre nosotros no hay otra cosa que amistad! —replicó bastante avergonzado mientras batía las manos rápidamente y se apartaba un poco del mostrador.
El viejo sonrió, sus ojos celestes parecían ver más allá de las palabras de Anthony, escudriñando su corazón. Había mucha experiencia en la vida de aquel vendedor de libros como para no darse cuenta de los verdaderos sentimientos del muchacho.
—¿Quería preguntarme algo, jovencito? —inquirió con una sonrisa significativa.
—¡Ejém! —carraspeó, tratando de dominar sus nervios—. Quería preguntar sobre el precio de una novela francesa: /Notre-Dame de París/, de Victor Hugo.
—¡Ah! ¡/Notre-Dame de París/! ¡Es una magnífica novela!
—Eso mismo pienso yo. ¿Cuánto cuesta?
—10 dólares.
—¿10 dólares? —repitió Anthony entre desilusionado y sorprendido. Era todo lo que llevaba en su billetera.
El anciano sonrió, había algo en aquel muchacho que le hacía caer simpático.
—Pero, como sé que seguramente es un regalo para la jovencita, te lo voy a rebajar a 7 dólares.
—¿De verdad? ¡Muchas gracias!
Y mientras el anciano sacaba otra copia del mismo libro de uno de los estantes, Anthony agregó por lo bajo para que Jo no lo escuchara:
—¿Podría envolvérmelo para regalo?
El hombre sonrió con un brillo especial en sus ojos que hizo enrojecer al muchacho.
—Seguro —le dijo.
Una vez que el libro fue empaquetado, pagado, entregado y escondido debidamente, Anthony decidió que ya era hora de marcharse porque se estaba haciendo tarde, y así se lo hizo saber para la tristeza de la chica, quien dejó uno de los libros que estaba hojeando en su lugar, olvidándose por completo el motivo por el que había entrado en aquella tienda.
Luego de que ambos se despidieran cortésmente del anciano, ambos salieron a la calle, dándose cuenta de que ya estaba anocheciendo.
Cuando ya estaban a punto de reanudar su camino, el vendedor salió de su tienda y le entregó un folleto a cada uno de ellos.
—Es un nuevo salón de lectura que abrió mi hija hace muy pocos días, me gustaría que ustedes pudieran asistir —les dijo.
—¡Oh! Lamentablemente yo siempre estoy ocupado —se disculpó Anthony con verdadero pesar—. Pero estoy seguro de que mi amiga podrá asistir; ¿no es así, Jo?
—¡Claro que sí! ¡No me lo perdería por nada del mundo! —exclamó con su característica impetuosidad, tendiéndole la mano al anciano—. Gracias por la invitación, señor. Mi nombre es Josephine March, mucho gusto.
—Encantado, señorita; mi nombre es Charles R. Hamilton. Es un gusto conocer a una señorita tan simpática e inteligente como usted —se presentó tomando suavemente la mano de la chica, sintiendo, por su parte, un fuerte apretón de ella.
Aquella simple y enérgica demostración de educación, le hizo adivinar con bastante acierto la personalidad de la chica.
—Y yo soy Anthony Boone, periodista. Encantado de conocerlo —y le extendió amistosamente su mano.
Ambos hombres se estrecharon las manos, momento que el librero aprovechó para decirle por lo bajo para que Jo no lo escuchara:
—… No la apresures, muchacho, o la perderás. Ten paciencia y espera a que madure su corazón…
—¿Eh? —fue todo lo que pudo decir el aludido, asombrado por escuchar aquel inesperado consejo por parte de un completo desconocido.
—Espero poder volverlo a ver de nuevo por aquí, señor Boone —apremió el librero, esta vez hablando un poco en voz alta y sacando al muchacho de su estupefacción.
—Eeeh… Sí, claro. Por supuesto —respondió mecánicamente.
Luego de despedirse de aquel anciano muy perspicaz, Jo y Anthony por fin se encaminaron hacia el departamento de éste último, al que llegaron luego de 25 minutos de caminata.
En ningún momento del camino, Jo se dio cuenta de que su amigo Anthony había llevado su maleta.
El joven periodista llevó a Jo a una zona de edificios de entre dos y cuatro pisos habitados por gente de clase trabajadora que alquilaban los cuartos. Aquellas habitaciones no eran de lo mejor y muchas veces eran pequeñas y atestadas de gente, pero era un barrio tranquilo y decente en el que valía la pena vivir allí.
Entraron a un de los edificios de tres pisos y, luego de que Anthony le explicara la situación de su amiga a la vieja propietaria del edificio, asegurándole de que tan sólo sería por unos cuantos días y que él mismo se marcharía a dormir a otro lugar para no dar qué hablar a la gente, ésta dio su consentimiento y ambos jóvenes subieron por las escaleras hasta llegar al primer piso en donde Anthony tenía su departamento.
Abriéndole la puerta con una gran sonrisa en el rostro, declaró mientras le cedía caballerosamente el paso:
—Bueno, Jo, bienvenida a mi casa que ahora será la tuya por algunos días.
Curiosa, la chica entró lentamente a la habitación, mirando con suma atención todo aquel lugar que constaba solamente de un solo cuarto modestamente amueblado: Había un estante con libros al lado de un escritorio repleto de papeles que estaba ubicado en una esquina del cuarto; una mesa pequeña con un par de sillas se encontraban en el centro del cuarto y, la cama, un tanto desordenada, se encontraba en el otro extremo, acompañada por un ropero antiguo de nogal y una mesita de luz. Una estufa y un pequeño sofá completaban el modesto mobiliario. Todo aquel sencillo cuarto típicamente masculino era todo lo que Anthony podía ofrecerle a su amiga Jo para poder ayudarla en su percance, y, para ella, era más que suficiente.
—Es…, muy interesante… —fue lo único que dijo mientras se paraba en el centro de aquella habitación—. Es sencillo y sin pretensiones. Me gusta. Apuesto a que Amy se volvería loca de disgusto tener que vivir aquí… —. Lo había dicho sin mala intención, como siempre, haciendo alusión a su típico sarcasmo en contra de su hermana menor, con quien nunca había logrado congeniar fácilmente.
—Perdón por el desorden, Jo; como siempre estoy afuera buscando alguna noticia, nunca tengo tiempo de ordenar este desastre… —se disculpó mientras comenzaba a alzar algunos libros, ropa y papeles que se encontraban esparcidos por todo el lugar.
—No tienes por qué darme explicaciones, Anthony —replicó ella con una sonrisa amable mientras lo ayudaba a recogerlo todo—. Eso es normal en los chicos. Lo que te hace falta es la ayuda de una mujer.
—Como tú… —murmuró el muchacho sin darse cuenta de lo que decía.
—¿Eh? ¿Qué dijiste? —le preguntó ésta, volviéndose hacia él un tanto amenazante.
—Como tú decidas… Pero no es necesario que ordenes todo esto, Jo. No has venido aquí para ser una sirvienta —rebatió con rapidez, saliendo airosamente del lío en que podría haberse metido por hablar sin pensar.
—Pero tampoco he venido a Nueva York para estar de ociosa, Anthony —replicó seriamente mientras se dedicaba a tender la cama—. Mi madre siempre nos enseñó a ser diligentes… Trabajar te hace olvidar los problemas.
El periodista sonrió.
—Tu madre siempre ha sido muy sabia, Jo.
—Para nosotros es casi una santa. Es nuestro mayor y mejor ejemplo.
Ambos se quedaron en completo silencio, dedicándose a los quehaceres hogareños (que no eran muchos en aquel lugarcito tan reducido), pero, en un momento dado, los sonidos callejeros que entraban por las dos ventanas que daban a la calle, llamaron la atención de la joven, quien se acercó de inmediato hacia unas de las ventanas para poder observar el entorno de su nuevo hogar.
—¡Oh, Anthony! ¡Esto es maravilloso! —exclamó mientras se acodaba en el alfeizar de la ventana y dejaba descansar su mentón sobre las palmas de sus manos, con sus soñadores y curiosos ojos grises mirando de aquí para allá.
—Esto es Nueva York, Jo —le dijo, acercándose él también a la ventana para mirar hacia afuera por sobre de la cabeza de su amiga—. Esta ciudad es el corazón de los Estados Unidos de Norteamérica, una ciudad joven y prometedora, llena de expectativas para gente como tú y yo que quieren cumplir con sus tan anhelados sueños de realización.
—Sí… Puedo sentirlo… —comentó en voz baja, gobernada por la emoción, pues recién había caído en la cuenta de que por fin se encontraba viviendo en aquella ciudad que la recibía con los brazos abiertos, ofreciéndole un sinfín de oportunidades y experiencias qué vivir a pesar de haber tenido un mal comienzo. Y todo eso se lo debía a su amigo Anthony.
Sin poder contener su emoción, Jo giro y tomó repentinamente las manos del azorado joven y le dijo:
—Anthony, no sabes lo mucho que te debo: por tu ayuda mi familia tiene un hogar en dónde vivir y hemos conocido a nuestro querido vecino Laurie, al bueno de su abuelo y al prometido de Meg. ¡Y también he conocido al amable editor del NewCord! —Miró alrededor suyo, como si quisiera asegurarse que todo aquello no era un sueño—. Y ahora estoy en Nueva York gracias a ti, Anthony… —lo miró muy emocionada, sus ojos grises brillaban de júbilo—. ¡Por todo eso te doy las gracias!
El joven periodista no supo qué decir al principio, en aquel momento podría haberle confesado a Jo lo mucho que la amaba pero logró contener sus sentimientos recordando el consejo que aquel buen librero le había dado.
—No tienes por qué agradecérmelo, Jo —sonrió sin evitar ponerse colorado—. Es lo que cualquier amigo habría hecho por otro…
Se soltó de las manos de ella y se dirigió hacia la puerta de salida, pero, antes de poner su mano sobre el picaporte, volvió su rostro hacia ella y le dijo:
—Bueno, ya tengo que irme. Puedes quedarte con confianza en mi departamento, Jo.
—¿De verdad no te molesta que me quede en tu departamento, Anthony? —preguntó, preocupada.
—¡Oh! ¡Claro que no, Jo! ¡Tú nunca me molestas para nada! Jamás lo harías… —le dijo sin pensar bien en lo que decía.
Poniendo los brazos en jarra, la chica frunció el entrecejo y protestó inmediatamente.
—¿A qué te refieres con eso, Anthony Boone? ¡Sabes muy bien que no me gustan ese tipo de insinuaciones! ¿Haces esto por nuestra amistad o por otra cosa?
—¡Vamos, Jo! ¡No digas eso! ¿Acaso nunca te das cuenta de que tú eres la que siempre malinterpreta lo que yo digo? ¿No será que en verdad sientes algo por mí y no lo quieres aceptar?
—¡¿QUÉ DIJÍSTE? —exclamó furiosa la joven, y, antes de que el tornado "Jo" cayera sobre él, el burlón de Anthony abrió la puerta y salió disparado al pasillo, cerrándola detrás suyo.
—¡Uf! ¿Pero quién se ha creído este tonto de Anthony? —se quejó Jo mientras ponía los brazos en jarra. Pero apenas terminó de decir eso, el mencionado periodista asomó la cabeza por la puerta y le dijo sonriente:
—¡Ah! Me olvidaba decirte que mañana pasaré a verte…, para que no lo mal interpretes.
—¡¿Y quién quiere verte aquí, Anthony Boone? ¡Vete ya!
Sonriendo, el periodista se despidió de ella y, mientras cerraba la puerta, le dijo:
—¡Ah! ¡Se me olvidaba! Te dejé un regalo de bienvenida sobre la mesa, Jo. ¿Por qué no le hechas un vistazo? ¡Nos vemos!
Y cerró definitivamente la puerta tras de sí, dejando a Jo absolutamente perpleja, olvidándose por completo de su enojo.
La muchacha miró hacia la mesa y constató que en ella había, efectivamente, un paquete. Intrigada, se dirigió hasta allí y lo abrió, quedándose estupefacta. ¡No podía creer lo que veían sus ojos…! ¡Era
/Notre-Dame de París/! ¡Anthony se lo había comprado sin que ella se enterara!
Y entonces, exhalando un profundo suspiro, Jo se sentó sobre el suelo muy consternada con el libro en las manos.
—¡Oh! ¡Nunca lograré entenderlo del todo! —Se quejó.
Mientras tanto, en el edificio de la editorial en donde Anthony trabajaba como periodista, éste tenía un serio problema para convencer a su editor en jefe de quedarse a dormir allí.
—¡Vamos, jefe; déjeme quedarme esta noche en la oficina! ¡Solamente le pido una noche! ¡Le prometo que voy a trabajar tiempo extra sin cobrarle nada! —le suplicaba, parado sobre las escaleras del edificio.
Su jefe, de pie bajo el umbral, se mantenía serio y renuente a dejarse convencer por su nuevo periodista. Cruzado de brazos, parecía una pared infranqueable.
—Lo siento, muchacho, pero ya sabes que están pintando las oficinas y no voy a dejar que te quedes. Es mi última palabra.
Comprendiendo que de nada valía seguir suplicando, Anthony se despidió de su jefe tratando de ocultar su disgusto y se marchó de allí pensando que no tenía el suficiente dinero como para alquilar un cuarto de hotel. Aun así, ni se le cruzaba por la cabeza regresar a su departamento, pues no quería incomodar a su amiga Jo.
—Bueno, ya me las arreglaré —dijo, alzando las solapas del sobretodo y dirigiéndose hacia el centro de la ciudad justo cuando daba inicio una tenue llovizna.
/Y mientras Anthony estornudaba intentando acostarse en el banco de una plaza, Jo se encontraba muy bien acomodada en la cama de su amigo con su nuevo libro al lado de su cabeza apoyado sobre la almohada, ilusionada con el inicio de su nueva vida y de las aventuras que correría en la gran manzana… ¡Ah! ¡Cómo me gustaría estar allí con ella! Aunque no creo que me guste estar en un departamento de un solo ambiente… /
¿QUÉ HUBIERA PASADO SÍ...?
Jo March, nuestra joven y temperamental protagonista, decide ir a vivir a New York para ampliar sus horizontes como escritora, tal y como su amigo Anthony Boone se lo recomendó antes de que éste partiera también hacia la misma ciudad. Pero Laurie Laurence, el vecino adinerado de la familia March, decide él también partir hacia New York para estudiar en la universidad y, algún día, poder declararle su amor a Jo antes de que Anthony lo haga también. El gran problema para ambos muchachos, es que la aficionada escritora tiene un temperamento fatal y es muy poco afecta a las declaraciones de amor... ¿Cual de los dos jóvenes logrará conquistarla?
*Capítulo 3: Si Compras un Libro, Haces un Amigo*
¡Hola a todos! ¿Cómo han estado? Soy Amy. Como recordarán, hemos dejado a Jo metida en un gran lío al verse desamparada en la gran ciudad de Nueva York, pero, como siempre, su amigo Anthony encontró la manera de ayudarla… ¡llevándola a su departamento! ¡Cómo se enfadarán mamá y papá cuando lo sepan! Y tampoco quiero imaginarme cómo se lo va a tomar Laurie cuando se entere de esto… En fin, no creo que Anthony sea un tipo malo… ¿No es así?
Antes de proseguir con la narración de esta historia, sería conveniente hacernos una idea de lo que era la ciudad de Nueva York en los tiempos en que vivía nuestra protagonista.
En el siglo XIX, la inmigración y el desarrollo transformó la ciudad. Una visionaria propuesta de desarrollo, el /Commissioners' Plan of 1811/, expandió la rejilla urbana por toda la isla de Manhattan, y la apertura en 1819 del Canal de Eire conectó el puerto atlántico con los vastos mercados agrícolas del interior de Norteamérica. Para 1835, la ciudad de Nueva York había sobrepasado a Filadelfia como la ciudad más grande de Estados Unidos. La política local había caído bajo el dominio del /Tammany Hall/, un sistema de clientelismo político apoyado por los inmigrantes irlandeses. Algunos miembros de la antigua aristocracia mercante contribuyeron al establecimiento del Central Park, el cual se convirtió en el primer parque paisajístico de una ciudad estadounidense en 1857. Por otro lado, un importante movimiento abolicionista existió en Manhattan y Brooklyn, y aunque los esclavos existieron en Nueva York en la década de 1820, para la década siguiente, Nueva York se convirtió en el centro de activismo abolicionista del Norte.
Entre el 13 y el 16 de julio de 1863 la oposición a la conscripción militar durante la Guerra Civil Estadounidense (1861-1865) provocó una serie de manifestaciones violentas conocidas como /Draft Riots/ o /Draft Week/; dichos eventos son considerados como uno de los peores levantamientos civiles de la historia estadounidense. Durante este siglo la ciudad se consolida como la ciudad más grande y como el puerto más importante de la nación lo que constituía un enriquecimiento progresivo.
Las gentes adineradas se trasladaron a la parte alta de la ciudad, adonde luego llegó el transporte público. El ómnibus tirado por caballos se introdujo en 1832. Pero con el rápido crecimiento aparecieron los problemas que acarrean las grandes urbes: los incendios, las epidemias y las crisis financieras causaron importantes daños. El 5 de octubre de 1858 el Crystal Palace fue completamente destruido por el fuego.
La llegada de un gran número de inmigrantes incrementó la concentración demográfica, creciendo los suburbios. En 1846, uno de cada siete neoyorquinos era pobre. Cuando los comerciantes neoyorquinos empezaron a amasar grandes fortunas, la ciudad entró en una época dorada, durante la cual se construyeron muchos ostentosos edificios. Se invirtieron millones de dólares en las artes, fundándose el Metropolitan Museum, la Public Library y el Carnegie Hall; se inauguraron hoteles de lujo como el Waldorf-Astoria y el Plaza, y surgieron grandes almacenes para abastecer a los más adinerados. El tramo de la Sexta Avenida situado entre las calles 14 y 23 era conocido como Fashion Row (o de la moda). Lujosas mansiones se alineaban en la Quinta Avenida.
Y era ése el nuevo mundo que rodeaba a la joven escritora, un mundo maravilloso que le abría las puertas y era recibida con la promesa de nuevas y maravillosas experiencias para su espíritu joven y aventurero, deseoso de saborear la libertad y el autoconocimiento.
Conociendo la innata curiosidad de Jo, Anthony la había llevado hacia la zona más interesante de la ciudad, en donde visitaron el Museo Metropolitano, la Librería Pública y la Sexta Avenida, en donde grandes tiendas ofrecían sus productos más atrayentes para el consumidor, claro que, aquellos productos no estaban al alcance de cualquier bolcillo debido a sus altos precios.
Como en un sueño, olvidándose por completo de la disputa por la maleta, Jo se la entregó a su amigo y se dedicó a admirar cada maravilla que pasaba por sus brillantes ojos grises. Los cuadros, estatuas, extraños animales disecados, los recién descubiertos esqueletos de dinosaurios llevaron a Jo a un mundo fantástico y lleno de historia; La Librería Pública fue algo que la dejó prácticamente sin aliento, cada libro, cada autor conocido o desconocido que encontraba, no hacía otra cosa que llenarla de grandes ilusiones respecto a su futuro literario; En la Sexta Avenida, con sus grandes y deslumbrantes tiendas, las veredas atestadas de gente al igual que las calles repletas de coches tirados por caballos, Jo no pudo hacer otra cosa que quedarse pasmada ante semejante espectáculo: los vestidos, los sobreros, las joyas, todo, absolutamente todo era a la última moda, el último grito de Paris. A pesar de que ella era una chica un tanto masculina, no pudo evitar sentirse atraída por aquellos "trapos".
Para Anthony, era lo más hermoso del mundo ver a su emocionada amiga dar saltitos de alegría, batir las palmas y reír con su risa tan animada de siempre cada vez que algo la entusiasmaba; para él, la presencia de la chica era como una brisa fresca en un día caluroso y agotador, y, a pesar de su fuerte carácter, él la admiraba y creía con sinceridad que ella podría ser capaz de hacer grandes cosas.
Luego haber paseado durante dos horas por el centro de la ciudad y cenado una deliciosa sopa en un puesto callejero, Jo y Anthony se dispusieron por fin a marcharse a casa del segundo. La muchacha conversaba animosamente con su amigo sobre todo lo que había visto aquel día, dando vueltas a su alrededor con un cachorrito, por lo que Anthony no podía evitar mostrarse lleno de satisfacción, porque, como nadie es perfecto, el muchacho era un tanto creído de sí mismo.
Justo cuando más entretenidos estaban con su conversación, Jo quedó embelesada con un bello tomo de /Notre-Dame de París/ que se exhibía en el escaparate de una pequeña librería.
—¿Te gustan las novelas francesas, Jo? —le preguntó Anthony inclinándose un poco al lado de ella para contemplar su luminoso rostro lleno de entusiasmo.
Sin despegar su vista del libro, la chica le contestó que ya había leído /El Conde de Montecristo/ y que le había interesado muchísimo la hermosa literatura francesa.
—/Notre-Dame de París /es una obra maestra escrita por Victor Hugo en 1831 —observó el joven periodista mirando primero el libro y luego a Jo—. Tienes un muy buen gusto por la literatura, Jo.
—¡Bah! ¡Qué tonto eres, Anthony! —exclamó la aludida poniéndose colorada como un tomate por aquel elogio poco "femenino" pero muy bien acertado para su personalidad.
Y, haciéndose el pensativo, él agregó llevándose la mano al mentón:
—Por eso me resulta extraño que escribas esas cosas que escribes…
—¿Eh? ¿Qué estás queriendo decir con eso, Anthony Boone? ¿Estás diciendo que tengo mal gusto para la escritura? —se quejó inmediatamente, poniendo los brazos en jarra y fulminándolo con la mirada.
Con una gran sonrisa en el rostro y abanicando apresuradamente las manos, Anthony se defendió:
—¡Vamos, Jo! No te pongas así, estoy seguro de que, si sigues escribiendo con la misma constancia y pasión de siempre, lograrás ser una gran autora como lo es Victor Hugo.
Al escuchar eso, el enfado de Jo desapareció inmediatamente.
—¿Tú crees en serio que lograré ser tan famosa como lo es Victor Hugo? —le preguntó llena de ilusión.
El joven se le quedó mirando por unos segundos, observando aquella mirada llena de esperanza, le colocó una mano sobre el hombro y le dijo seria y lentamente:
—Tengo plena confianza en que lo lograrás, siempre y cuando tengas esa meta frente a tus ojos, Jo.
Y mientras ella, sonriente, volvía su atención hacia el escaparate para seguir mirando muy embelesada aquella joya literaria, Anthony metió disimuladamente la mano al bolcillo interior de su chaqueta para buscar su billetera. Una vez ésta en sus manos, la abrió para saber de cuánto dinero disponía, pues tenía la intención de comprarle aquel interesante libro a su amiga.
Frunció el ceño, no tenía lo suficiente; podía comprar el libro, pero ya no tendría dinero para alquilar una habitación, pero, al volver su mirada hacia aquella carita llena de ilusión, supo de inmediato que tal sacrifico valía la pena, así que, ni lerdo ni perezoso, se decidió a comprarle el libro.
—¿No te gustaría tener esa magnífica novela, Jo?
—¿Qué dices? ¡Sería estupendo!
—Bueno, entonces entremos adentro de la librería para preguntar cuánto
cuesta.
—¡Sí, vamos! Solamente espero que no sea tan caro. No sé si podré comprarlo… —dijo mientras entraba a la tienda seguida por su amigo periodista.
Una vez adentro, nuestra joven escritora se olvidó completamente de lo que iba a preguntar al verse rodeada de un montón de libros interesantes apilados sobre varias mesas y estantes. Sin pensarlo dos veces, se abalanzó sobre los tomos y comenzó a hojear cada uno de ellos con gran embeleso, sin darse cuenta de que Anthony y el librero la miraban con una sonrisa en el rostro.
—Se nota que la pasión de la jovencita es la lectura —opinó el vendedor, quien era un anciano de apariencia bondadosa y usaba unos pequeños anteojos redondos.
—Sí, ella será una gran escritora en el futuro… —replicó Anthony mientras se apoyaba en el mostrador; el buen hombre notó el cariño y la admiración que habían en la voz y la mirada del muchacho.
—¿Aún no es tu novia, verdad? —le preguntó, tomándolo por sorpresa.
—¿Eh? ¿Por qué me dice eso? ¡Entre nosotros no hay otra cosa que amistad! —replicó bastante avergonzado mientras batía las manos rápidamente y se apartaba un poco del mostrador.
El viejo sonrió, sus ojos celestes parecían ver más allá de las palabras de Anthony, escudriñando su corazón. Había mucha experiencia en la vida de aquel vendedor de libros como para no darse cuenta de los verdaderos sentimientos del muchacho.
—¿Quería preguntarme algo, jovencito? —inquirió con una sonrisa significativa.
—¡Ejém! —carraspeó, tratando de dominar sus nervios—. Quería preguntar sobre el precio de una novela francesa: /Notre-Dame de París/, de Victor Hugo.
—¡Ah! ¡/Notre-Dame de París/! ¡Es una magnífica novela!
—Eso mismo pienso yo. ¿Cuánto cuesta?
—10 dólares.
—¿10 dólares? —repitió Anthony entre desilusionado y sorprendido. Era todo lo que llevaba en su billetera.
El anciano sonrió, había algo en aquel muchacho que le hacía caer simpático.
—Pero, como sé que seguramente es un regalo para la jovencita, te lo voy a rebajar a 7 dólares.
—¿De verdad? ¡Muchas gracias!
Y mientras el anciano sacaba otra copia del mismo libro de uno de los estantes, Anthony agregó por lo bajo para que Jo no lo escuchara:
—¿Podría envolvérmelo para regalo?
El hombre sonrió con un brillo especial en sus ojos que hizo enrojecer al muchacho.
—Seguro —le dijo.
Una vez que el libro fue empaquetado, pagado, entregado y escondido debidamente, Anthony decidió que ya era hora de marcharse porque se estaba haciendo tarde, y así se lo hizo saber para la tristeza de la chica, quien dejó uno de los libros que estaba hojeando en su lugar, olvidándose por completo el motivo por el que había entrado en aquella tienda.
Luego de que ambos se despidieran cortésmente del anciano, ambos salieron a la calle, dándose cuenta de que ya estaba anocheciendo.
Cuando ya estaban a punto de reanudar su camino, el vendedor salió de su tienda y le entregó un folleto a cada uno de ellos.
—Es un nuevo salón de lectura que abrió mi hija hace muy pocos días, me gustaría que ustedes pudieran asistir —les dijo.
—¡Oh! Lamentablemente yo siempre estoy ocupado —se disculpó Anthony con verdadero pesar—. Pero estoy seguro de que mi amiga podrá asistir; ¿no es así, Jo?
—¡Claro que sí! ¡No me lo perdería por nada del mundo! —exclamó con su característica impetuosidad, tendiéndole la mano al anciano—. Gracias por la invitación, señor. Mi nombre es Josephine March, mucho gusto.
—Encantado, señorita; mi nombre es Charles R. Hamilton. Es un gusto conocer a una señorita tan simpática e inteligente como usted —se presentó tomando suavemente la mano de la chica, sintiendo, por su parte, un fuerte apretón de ella.
Aquella simple y enérgica demostración de educación, le hizo adivinar con bastante acierto la personalidad de la chica.
—Y yo soy Anthony Boone, periodista. Encantado de conocerlo —y le extendió amistosamente su mano.
Ambos hombres se estrecharon las manos, momento que el librero aprovechó para decirle por lo bajo para que Jo no lo escuchara:
—… No la apresures, muchacho, o la perderás. Ten paciencia y espera a que madure su corazón…
—¿Eh? —fue todo lo que pudo decir el aludido, asombrado por escuchar aquel inesperado consejo por parte de un completo desconocido.
—Espero poder volverlo a ver de nuevo por aquí, señor Boone —apremió el librero, esta vez hablando un poco en voz alta y sacando al muchacho de su estupefacción.
—Eeeh… Sí, claro. Por supuesto —respondió mecánicamente.
Luego de despedirse de aquel anciano muy perspicaz, Jo y Anthony por fin se encaminaron hacia el departamento de éste último, al que llegaron luego de 25 minutos de caminata.
En ningún momento del camino, Jo se dio cuenta de que su amigo Anthony había llevado su maleta.
El joven periodista llevó a Jo a una zona de edificios de entre dos y cuatro pisos habitados por gente de clase trabajadora que alquilaban los cuartos. Aquellas habitaciones no eran de lo mejor y muchas veces eran pequeñas y atestadas de gente, pero era un barrio tranquilo y decente en el que valía la pena vivir allí.
Entraron a un de los edificios de tres pisos y, luego de que Anthony le explicara la situación de su amiga a la vieja propietaria del edificio, asegurándole de que tan sólo sería por unos cuantos días y que él mismo se marcharía a dormir a otro lugar para no dar qué hablar a la gente, ésta dio su consentimiento y ambos jóvenes subieron por las escaleras hasta llegar al primer piso en donde Anthony tenía su departamento.
Abriéndole la puerta con una gran sonrisa en el rostro, declaró mientras le cedía caballerosamente el paso:
—Bueno, Jo, bienvenida a mi casa que ahora será la tuya por algunos días.
Curiosa, la chica entró lentamente a la habitación, mirando con suma atención todo aquel lugar que constaba solamente de un solo cuarto modestamente amueblado: Había un estante con libros al lado de un escritorio repleto de papeles que estaba ubicado en una esquina del cuarto; una mesa pequeña con un par de sillas se encontraban en el centro del cuarto y, la cama, un tanto desordenada, se encontraba en el otro extremo, acompañada por un ropero antiguo de nogal y una mesita de luz. Una estufa y un pequeño sofá completaban el modesto mobiliario. Todo aquel sencillo cuarto típicamente masculino era todo lo que Anthony podía ofrecerle a su amiga Jo para poder ayudarla en su percance, y, para ella, era más que suficiente.
—Es…, muy interesante… —fue lo único que dijo mientras se paraba en el centro de aquella habitación—. Es sencillo y sin pretensiones. Me gusta. Apuesto a que Amy se volvería loca de disgusto tener que vivir aquí… —. Lo había dicho sin mala intención, como siempre, haciendo alusión a su típico sarcasmo en contra de su hermana menor, con quien nunca había logrado congeniar fácilmente.
—Perdón por el desorden, Jo; como siempre estoy afuera buscando alguna noticia, nunca tengo tiempo de ordenar este desastre… —se disculpó mientras comenzaba a alzar algunos libros, ropa y papeles que se encontraban esparcidos por todo el lugar.
—No tienes por qué darme explicaciones, Anthony —replicó ella con una sonrisa amable mientras lo ayudaba a recogerlo todo—. Eso es normal en los chicos. Lo que te hace falta es la ayuda de una mujer.
—Como tú… —murmuró el muchacho sin darse cuenta de lo que decía.
—¿Eh? ¿Qué dijiste? —le preguntó ésta, volviéndose hacia él un tanto amenazante.
—Como tú decidas… Pero no es necesario que ordenes todo esto, Jo. No has venido aquí para ser una sirvienta —rebatió con rapidez, saliendo airosamente del lío en que podría haberse metido por hablar sin pensar.
—Pero tampoco he venido a Nueva York para estar de ociosa, Anthony —replicó seriamente mientras se dedicaba a tender la cama—. Mi madre siempre nos enseñó a ser diligentes… Trabajar te hace olvidar los problemas.
El periodista sonrió.
—Tu madre siempre ha sido muy sabia, Jo.
—Para nosotros es casi una santa. Es nuestro mayor y mejor ejemplo.
Ambos se quedaron en completo silencio, dedicándose a los quehaceres hogareños (que no eran muchos en aquel lugarcito tan reducido), pero, en un momento dado, los sonidos callejeros que entraban por las dos ventanas que daban a la calle, llamaron la atención de la joven, quien se acercó de inmediato hacia unas de las ventanas para poder observar el entorno de su nuevo hogar.
—¡Oh, Anthony! ¡Esto es maravilloso! —exclamó mientras se acodaba en el alfeizar de la ventana y dejaba descansar su mentón sobre las palmas de sus manos, con sus soñadores y curiosos ojos grises mirando de aquí para allá.
—Esto es Nueva York, Jo —le dijo, acercándose él también a la ventana para mirar hacia afuera por sobre de la cabeza de su amiga—. Esta ciudad es el corazón de los Estados Unidos de Norteamérica, una ciudad joven y prometedora, llena de expectativas para gente como tú y yo que quieren cumplir con sus tan anhelados sueños de realización.
—Sí… Puedo sentirlo… —comentó en voz baja, gobernada por la emoción, pues recién había caído en la cuenta de que por fin se encontraba viviendo en aquella ciudad que la recibía con los brazos abiertos, ofreciéndole un sinfín de oportunidades y experiencias qué vivir a pesar de haber tenido un mal comienzo. Y todo eso se lo debía a su amigo Anthony.
Sin poder contener su emoción, Jo giro y tomó repentinamente las manos del azorado joven y le dijo:
—Anthony, no sabes lo mucho que te debo: por tu ayuda mi familia tiene un hogar en dónde vivir y hemos conocido a nuestro querido vecino Laurie, al bueno de su abuelo y al prometido de Meg. ¡Y también he conocido al amable editor del NewCord! —Miró alrededor suyo, como si quisiera asegurarse que todo aquello no era un sueño—. Y ahora estoy en Nueva York gracias a ti, Anthony… —lo miró muy emocionada, sus ojos grises brillaban de júbilo—. ¡Por todo eso te doy las gracias!
El joven periodista no supo qué decir al principio, en aquel momento podría haberle confesado a Jo lo mucho que la amaba pero logró contener sus sentimientos recordando el consejo que aquel buen librero le había dado.
—No tienes por qué agradecérmelo, Jo —sonrió sin evitar ponerse colorado—. Es lo que cualquier amigo habría hecho por otro…
Se soltó de las manos de ella y se dirigió hacia la puerta de salida, pero, antes de poner su mano sobre el picaporte, volvió su rostro hacia ella y le dijo:
—Bueno, ya tengo que irme. Puedes quedarte con confianza en mi departamento, Jo.
—¿De verdad no te molesta que me quede en tu departamento, Anthony? —preguntó, preocupada.
—¡Oh! ¡Claro que no, Jo! ¡Tú nunca me molestas para nada! Jamás lo harías… —le dijo sin pensar bien en lo que decía.
Poniendo los brazos en jarra, la chica frunció el entrecejo y protestó inmediatamente.
—¿A qué te refieres con eso, Anthony Boone? ¡Sabes muy bien que no me gustan ese tipo de insinuaciones! ¿Haces esto por nuestra amistad o por otra cosa?
—¡Vamos, Jo! ¡No digas eso! ¿Acaso nunca te das cuenta de que tú eres la que siempre malinterpreta lo que yo digo? ¿No será que en verdad sientes algo por mí y no lo quieres aceptar?
—¡¿QUÉ DIJÍSTE? —exclamó furiosa la joven, y, antes de que el tornado "Jo" cayera sobre él, el burlón de Anthony abrió la puerta y salió disparado al pasillo, cerrándola detrás suyo.
—¡Uf! ¿Pero quién se ha creído este tonto de Anthony? —se quejó Jo mientras ponía los brazos en jarra. Pero apenas terminó de decir eso, el mencionado periodista asomó la cabeza por la puerta y le dijo sonriente:
—¡Ah! Me olvidaba decirte que mañana pasaré a verte…, para que no lo mal interpretes.
—¡¿Y quién quiere verte aquí, Anthony Boone? ¡Vete ya!
Sonriendo, el periodista se despidió de ella y, mientras cerraba la puerta, le dijo:
—¡Ah! ¡Se me olvidaba! Te dejé un regalo de bienvenida sobre la mesa, Jo. ¿Por qué no le hechas un vistazo? ¡Nos vemos!
Y cerró definitivamente la puerta tras de sí, dejando a Jo absolutamente perpleja, olvidándose por completo de su enojo.
La muchacha miró hacia la mesa y constató que en ella había, efectivamente, un paquete. Intrigada, se dirigió hasta allí y lo abrió, quedándose estupefacta. ¡No podía creer lo que veían sus ojos…! ¡Era
/Notre-Dame de París/! ¡Anthony se lo había comprado sin que ella se enterara!
Y entonces, exhalando un profundo suspiro, Jo se sentó sobre el suelo muy consternada con el libro en las manos.
—¡Oh! ¡Nunca lograré entenderlo del todo! —Se quejó.
XOX
Mientras tanto, en el edificio de la editorial en donde Anthony trabajaba como periodista, éste tenía un serio problema para convencer a su editor en jefe de quedarse a dormir allí.
—¡Vamos, jefe; déjeme quedarme esta noche en la oficina! ¡Solamente le pido una noche! ¡Le prometo que voy a trabajar tiempo extra sin cobrarle nada! —le suplicaba, parado sobre las escaleras del edificio.
Su jefe, de pie bajo el umbral, se mantenía serio y renuente a dejarse convencer por su nuevo periodista. Cruzado de brazos, parecía una pared infranqueable.
—Lo siento, muchacho, pero ya sabes que están pintando las oficinas y no voy a dejar que te quedes. Es mi última palabra.
Comprendiendo que de nada valía seguir suplicando, Anthony se despidió de su jefe tratando de ocultar su disgusto y se marchó de allí pensando que no tenía el suficiente dinero como para alquilar un cuarto de hotel. Aun así, ni se le cruzaba por la cabeza regresar a su departamento, pues no quería incomodar a su amiga Jo.
—Bueno, ya me las arreglaré —dijo, alzando las solapas del sobretodo y dirigiéndose hacia el centro de la ciudad justo cuando daba inicio una tenue llovizna.
/Y mientras Anthony estornudaba intentando acostarse en el banco de una plaza, Jo se encontraba muy bien acomodada en la cama de su amigo con su nuevo libro al lado de su cabeza apoyado sobre la almohada, ilusionada con el inicio de su nueva vida y de las aventuras que correría en la gran manzana… ¡Ah! ¡Cómo me gustaría estar allí con ella! Aunque no creo que me guste estar en un departamento de un solo ambiente… /
Continuará en la próxima entrada...
Nota de una Bloguera Distraída:
¡Hola, mis queridos arrinconados! ¿Cómo están? Por fin pude publicar este capítulo de mi fic, ya saben que, a diferencia del fic original que publiqué en Fanfiction, a este le voy a dar otro final. Y no se preocupen, Jo aprenderá su lección por ser taaaaan mala XD
¡Gracias por visitar el blog!
¡Nos leemos en la próxima entrada!
¡Cuídense!
Sayounara Bye Bye!!!
Gabriella Yu