Fanfic Mujercitas -¿Qué Hubiera Pasado Sí...?- Capítulo 8
Resumen del anime: Meg, amable y confiada. Jo, independiente y enérgica. Beth, tímida y callada. Amy, amable y precoz. El padre de familia ha dejado su hogar para servir en la guerra civil estadounidense; luchando contra el ejército Confederado. En su ausencia, una batalla en la ciudad deja a su familia sin casa y él les aconseja buscar hogar en la casa de su Tía Marta, en la ciudad de Newford, Massachusetts. Allí pasan algunos días y aunque al principio, la Tía Marta no está del todo contenta con su presencia, pronto cambia de opinión y se encariña con cada una de las "mujercitas". Poco después se instalan en su nueva casa en los alrededores y conocen muchos nuevos amigos. Sus vecinos serán los Laurence, que viven en la casa de al lado y Laurie, el joven nieto del Sr. James Laurence se hará gran amigo de la familia March. Juntos, todos superan cualquier situación, logrando resolver cualquier problema para salir adelante.
Jo March, nuestra joven y temperamental protagonista, decide ir a vivir a New York para ampliar sus horizontes como escritora, tal y como su amigo Anthony Boone se lo recomendó antes de que éste partiera también hacia la misma ciudad. Pero Laurie Laurence, el vecino adinerado de la familia March, decide él también partir hacia New York para estudiar en la universidad y, algún día, poder declararle su amor a Jo antes de que Anthony lo haga también. El gran problema para ambos muchachos, es que la aficionada escritora tiene un temperamento fatal y es muy poco afecta a las declaraciones de amor... ¿Cual de los dos jóvenes logrará conquistarla?
Pasaron dos semanas y Jo había comenzado a preguntarse por qué Anthony no había vuelto a visitarla y tampoco se lo había cruzado por la calle, por lo que decidió ir a visitarlo ella misma a su departamento para saber qué mosca le había picado…, esperando que él no estuviera enfermo.
Pero cuando nadie atendía a la puerta de su departamento, Jo supuso que Anthony se encontraba trabajando, y como sabía en dónde trabajaba, se fue caminando hasta la editorial.
Una vez frente al edificio, suspiró y entró en su interior, no antes de que Stephen, un compañero de trabajo y amigo íntimo de Anthony, la viera por la ventana del primer piso. Con su rostro resplandeciente por la emoción, corrió apresuradamente hacia el escritorio de su amigo, quien se encontraba haraganeado después de haber estado casi todo el día en la calle buscando alguna noticia interesante sin mucho éxito.
—¡Noticias bomba, compañero! —exclamó, sonriendo de oreja a oreja el muchacho de largo cabello negro y liso—. ¿A que no sabes quién viene a verte?
Alarmado por aquellas palabras, el aludido bajó los pies de la mesa y lo contempló fijamente a la cara.
—¿La conozco? —preguntó.
—No tanto como te gustaría… —fue la pícara respuesta, guiñándole un ojo.
Anthony Boone no era ningún tonto, sabía muy bien que había una sola persona que reunía ése requisito.
—¿¡Es Jo! —exclamó sobresaltado, poniéndose de pie inmediatamente, pálido como un papel y con los ojos azules completamente abiertos.
—¡Bingo, compañero!
—¡Maldición! ¡Tengo que esconderme! —declaró, mirando hacia todas direcciones con la esperanza de encontrar un buen refugio.
Divertido, su amigo intentó reprimir un ataque de risa al verlo correr de aquí para allá como si estuviera a punto de ser arrestado y llevado a prisión.
—¿Por qué quieres esconderte? —le preguntó, poniendo los brazos en jarra, siguiéndolo con la mirada al igual que el resto de sus compañeros de trabajo—. ¿No me habías dicho que ella era la mujer a la que tanto amas?
—Mira —comenzó a decir, tomándolo por los hombros—, ahora no puedo verla… ¡no sabría qué decirle!
—¿Por qué? —inquirió confundido.
—No puedo decírtelo ahora, Steve, pero prometo decírtelo más adelante… ¡Ahora debo ocultarme antes de que ella entre a ésta oficina!
—¿Por qué no te escondes en la oficina del jefe? —le propuso una de sus compañeras, una mujer de más de treinta años que trabajaba tanto como secretaria del editor en jefe como recepcionista—. En éste momento no se encuentra y sería un escondite ideal.
Sin esperar un segundo más, Anthony se dirigió hacia el mencionado lugar y, antes de cerrar la puerta, les pidió a sus compañeros que le dijeran a Jo que él aún se encontraba trabajando en la calle.
Para cuando nuestra protagonista ingresó a la sala, Anthony ya había desaparecido.
Un incómodo y expectante silencio se hizo en el salón, todos los que estaban allí alzaron la cabeza de sus escritorios para mirarla con una gran curiosidad reflejada en sus ojos para luego volver su atención a sus respectivos trabajos.
En aquella tarde, casi todos los periodistas que integraban el /New York //Chronicle/ se encontraban allí, y a cada cual era más chismoso: Stephen Anderson, quien era fotógrafo; Frida Kluger, la secretaria y recepcionista; Mike, otro periodista y John, el otro fotógrafo. Bruce y Alberto eran otro equipo de periodista y fotógrafo, pero en aquel momento no se encontraban allí.
Jo carraspeó antes de hablar.
—Buenas tardes a todos —saludó con una resplandeciente sonrisa—; me llamo Josephine March y estoy aquí para ver al señor Anthony Boone. ¿Él está aquí?
Todos se miraron de reojo, dirigiéndose fugaces miradas cómplices y sonriendo con picardía. Stephen quiso hablar, pero Mike, un joven pelirrojo de tupido bigote, se le adelantó.
—Buenos días, señorita March. Si buscas a nuestro buen amigo Anthony, él está en la oficina del jefe —le dijo, señalando con la mano hacia la
mencionada habitación.
"¡Oh! ¡Pero qué idiota! —pensó Anthony, quien se encontraba espiando a través de la cerradura—. ¡Ese Mike y sus bromas pesadas!".
Mientras todos le dirigían una mirada acusadora al soplón, Jo se dirigió hacia la oficina; pero justo antes de que abriera la puerta, se volvió, visiblemente preocupada.
—Si está con su jefe en este momento, seguramente está ocupado. Mejor esperaré a que salga…
—¡No, no, no, no! —Negó Mike sacudiendo el dedo índice—. Le aseguro que el jefe no se encuentra en la oficina en este instante, señorita, es que… Es que nuestro buen amigo Anthony está terminando un trabajo pendiente que el jefe le pidió encarecidamente.
—¿Entonces no hay problema si entro?
—Ninguno —respondió maliciosamente mientras los demás lo miraban muy enojados.
Pero como siempre tenemos un malsano interés por los problemas de los demás, la atención de todos se centró en el momento en que la visitante habría la puerta y entraba en el interior de la oficina.
Grande fue la sorpresa de todos cuando, después de unos segundos, la joven salió de la oficina con cara de consternación.
—No está allí —les dijo.
Todos se quedaron con la boca abierta, sorprendidos. ¿En dónde se había metido Anthony?
—Bueno, entonces ha debido de salir a la calle sin que nos demos cuenta —comentó Stephen con la intención de salvar la situación.
Jo pareció muy contrariada, al igual que Mike, quien había deseado ver a Anthony metido en problemas.
—Es una lástima… —comenzó a decir Jo—, ¿pero no podrían decirle de mi parte que lo he estado buscando y que quiero verlo?
—No hay problema; yo mismo se lo diré —aseguró el sonriente fotógrafo.
Y así, luego de despedirse de ellos, Jo se marchó sintiéndose un tanto triste por no haber encontrado a su amigo Anthony, aliviada porque evidentemente no estaba enfermo, pero preocupada porque parecía que él estaba rehuyéndola.
"¡Oh, pero bueno! —pensó molesta—. ¿Qué mosca le habrá picado? Pensé que era más maduro…".
En cuanto la puerta de la oficina se cerró detrás de la visitante, todos los compañeros de trabajo de Anthony se levantaron de sus asientos y se dirigieron atropelladamente hacia la oficina del jefe del diario, dispuestos a enterarse de cómo su compañero había logrado esconderse de ella.
Pero en el instante en que Stephen puso la mano en el picaporte, Jonathan Simms, el tan mencionado jefe del diario, entró al recinto, descubriéndolos.
—¿Pero qué es lo que están haciendo allí? —preguntó.
—¡Oh! ¡No es nada, jefe! —exclamó el amigo de Anthony mientras los demás volvían apresuradamente a sus lugares de trabajo, haciéndose los tontos y comenzando a trabajar con exageración.
Muy extrañado, el editor se dirigió hacia su oficina bajo la atenta mirada de soslayo de sus empleados, quienes lo vieron desaparecer tras la puerta.
Pasaron algunos segundos hasta que…
—¡Señor Anthony Bonne! ¿¡Qué demonios está haciendo usted debajo de mi escritorio!
Ninguno pudo evitar asustarse con aquellos gritos, pero enseguida les entró la risa cuando escucharon a su compañero de trabajo balbucear algunas excusas para poder explicar su estadía en aquel lugar vedado para él y sus compañeros, pero que, finalmente, se vio obligado a revelar la verdadera razón por la que se encontraba allí escondido. De pronto, todos escucharon las estruendosas carcajadas de su jefe y vieron a Anthony salir de la oficina rojo como un tomate, no sólo por la terrible vergüenza que sentía, sino también por la furia que sentía en contra de sus compañeros. Ninguno pudo reprimir sus risotadas, la imagen de Anthony era demasiado cómica.
—¡Ah, claro! ¿Les parece muy gracioso, eh? —protestó el muchacho mientras ponía los brazos en jarra—. ¡Esto debió ser idea tuya, Stephen!
—¡Oh! ¡No, no! ¡Claro que no! ¡Jamás te haría algo así amigo! —se defendió abanicando las manos y la cabeza—. ¡Tú solito te lo has hecho! ¡Ja, ja, ja!
Todos comenzaron a reírse de nuevo, por lo que Anthony no encontró otra solución que tomar sus cosas y largarse de allí. Mientras lo hacía, su amigo no le quitaba la vista de encima, jurándose a sí mismo que averiguaría el motivo por el que él estaba actuando de esa manera tan extraña.
Fuera, mientras caminaba por la acera de la zona céntrica de la ciudad, con el sol poniéndose a sus espaldas y con las lámparas de gas encendiéndose a su paso, la Sexta Avenida se convirtió en un lugar atrayente y lleno de gente muy animada que pasaba a su lado como burlándose de su abatimiento.
Dando un largo suspiro de frustración, Anthony trataba de encontrarle algún sentido a sus propias acciones respecto a Jo, ya que jamás en su vida había actuado tan ridículamente como aquel día en su trabajo. ¿Por qué huía de ella? ¿Por qué le temía? ¿Qué era lo que asustaba escuchar de ella? Volvió a suspirar quedamente. Tal vez era el miedo a ser rechazado o mucho peor, ridiculizado por ella…
Si tan sólo Jo se comportara menos masculina…, pero justamente era eso lo que le había gustado de ella; entonces, lo que realmente deseaba, era que su corazón madurara lo suficiente como para comprender lo mucho que él la amaba sin tener que burlarse de sus sentimientos. Pero esperar a que se diera ese acontecimiento era algo que lo torturaba día con día. Y claro, esperarla no sería nada fácil ni tampoco una garantía de que lo aceptara como a un posible prometido.
Suspiró sintiéndose muy frustrado, ahora, por culpa del estúpido desliz que había cometido el otro día, ni siquiera se animaba a acercársele por temor a sus burlas o desprecio.
A paso lento llegó hasta su departamento e ingresó en él y grande fue su sorpresa cuando encontró las luces encendidas y a su amigo Stephen recostado cómodamente en su cama, leyendo un libro.
—¿Pero se puede saber qué haces tú aquí, Steve? —le preguntó bastante molesto mientras se sacaba el abrigo y el sombrero y los colgaba en el perchero de pie.
—Solamente vine a visitarte, Anthony, y a preguntarte por qué demonios actuaste de esa manera tan ridícula en la oficina cuando esa señorita de quien tanto me has hablado vino a visitarte —replicó, bajando el libro y sonriéndole amistosa pero preocupadamente.
—Eso no tiene por qué interesarte, Steve —replicó molesto mientras se dejaba caer pesadamente sobre una silla.
—¿Acaso se pelearon? —insistió, sentándose en la cama.
—No.
—¿Te descubrió con otra mujer?
—¡No!
—¿Dijiste algo que no deberías haber dicho?
Al ver lo rojas que se habían puesto las mejillas de su amigo, Stephen supo de inmediato que por fin había dado en el clavo con sus testarudas especulaciones.
—¡Bien! ¡Cuéntamelo todo sin omitir ningún detalle! —exclamó lleno de entusiasmo, poniéndose de pie mientras frotaba las manos con entusiasmo.
—Ya te dije que eso es algo que no tiene por qué interesarte —replicó Anthony, ya repuesto y cruzándose de brazos.
—¡Vamos, viejo! —insistió el otro, acercándosele para propinarle un amistoso golpecito de puño en el hombro—. ¿Por qué no me lo cuentas todo? ¡Somos amigos y los amigos estamos para ayudarnos entre sí!
Se agachó, y sus curiosos ojos grises miraron directamente a los ojos azules de su amigo, que, a pesar de su seriedad, aún mantenían un rasgo de su habitual picardía.
—Vamos, Anthony; confía en mí, ¿quieres? Tal vez, si me lo dices, juntos lograremos solucionar tu problema con esa chica.
El aludido se le quedó viendo por espacio de algunos segundos, sopesando los pro y los contra de tener que revelar sus intimidades a aquel muchacho que le había ofrecido su amistad desde el día en que había llegado a la ciudad.
Finalmente suspiró y decidió contárselo todo a riesgo de que al día siguiente, todos sus compañeros de trabajo se enteraran de ello por culpa de su amigo, quien muchas veces no había podido mantener algún secreto guardado por mucho tiempo.
Pero, para su sorpresa, su siempre dicharachero amigo se lo tomó muy en serio en cuanto terminó de escuchar su relato.
—Creo que metiste la pata con esa chica, Anthony —le confesó finalmente.
—Ya lo sé —replicó enfadado—. ¿Por qué crees entonces que no atrevo a mirarla a la cara?
—¿Y por qué no lo haces? Seguramente ya todo quedó olvidado y perdonado para ella.
—¡Pero es que ni siquiera sé si ella se ha molestado por eso! —exclamó angustiado, alzando los brazos con desesperación.
—¿Y entonces qué es lo que te detiene para enfrentarla cara a cara? No lo entiendo… —replicó confundido.
Anthony se quedó con la boca abierta sin saber qué responder, ¿qué era lo que lo detenía si lo que más quería en el mundo era volver a hablar con Jo?
—Es su amigo… —se respondió más a sí mismo que a Stephen—, Theodore Laurence… No puedo evitar sentir celos de él… —Sus ojos casi volvieron a ser vivaces como antes, alimentados por los celos que sentía al recordarlo—. Para Jo él es su mejor amigo y sé muy bien que yo jamás lograré ocupar su lugar… como también sé que él tiene muchas más posibilidades que yo de convertirse en su esposo.
—¡Ah! ¡Entonces tienes miedo de salir herido! —exclamó Steven, golpeando su puño contra la palma de la otra mano, feliz por su descubrimiento.
—¿Salir herido…? —repitió muy asombrado—. ¿Salir herido…?
Entonces, Anthony se quedó mudo, pensando detenidamente en aquellas palabras; era la primera vez en su vida que sentía esa clase de miedo. A sus recién cumplidos 23 años de edad, él jamás había sufrido de esa manera por una mujer, claro que había tenido alguna novia, pero ninguna lo había hecho sufrir de esa manera, dejándolo sumido en una terrible incertidumbre acerca de su futuro... Nunca antes había pensado en el matrimonio como en aquel momento desde que contempló un posible noviazgo con Jo… Todo aquel intrincado asunto no era más que una terrible pesadilla de la que era casi imposible salir.
Al ver a su amigo sumido en aquella dulce tristeza, Stephen decidió dejar de lado sus bromas y se acercó a él, colocando amistosamente su mano sobre el hombro de Anthony para reconfortarlo un poco.
—Oye —le dijo, sonriéndole amigablemente—, no te des por vencido, amigo mío. Desde que te conozco siempre he pensado que eras una persona llena de valor e iniciativa… ¿Por qué no dejas de huir y te decides de una vez por todas en luchar por ganarte el corazón de esa chica? ¡Debes hacerlo,
amigo! —exclamó, tomándolo por los hombros mientras Anthony lo miraba con los ojos bien abiertos, sorprendido—. ¡No hay peor lucha que la que no se hace!
—Pero… ¿y si fracaso?
Steve lo miró directamente a los ojos, con una sonrisa cómplice en su pálido rostro que otrora burlón, ahora se encontraba con un semblante muy juicioso.
—Pues por lo menos tendrás la satisfacción de haber luchado por ella, amigo.
Ambos se quedaron mirando por espacio de algunos segundos hasta que, de repente, Anthony comenzó a reírse con ganas, con su corazón aliviado gracias a los consejos de su buen amigo.
—¡Muchas gracias por tu consejo, Steve! —exclamó, poniéndose de pie y tomándolo fuertemente por los hombros—. ¡Juro que jamás en mi vida había tenido por amigo a un gran sabio como tú! ¿Quién lo hubiera imaginado? ¡Ja, ja, ja!
El aludido lo miró de soslayo y preguntó:
—¿Te estás burlando de mí, verdad?
—Puede ser, amigo, puede ser… —replicó sonriente mientras lo soltaba y se dirigía hacia el perchero y tomaba su abrigo y su sombrero para ponérselos.
—¿A dónde vas? —quiso saber Stephen.
—¿A dónde más voy a ir, mi estimado amigo? —abrió la puerta luego de haberse abrigado bien—. Haré lo que tú me aconsejaste: iré a ver a Jo y lucharé por su amor.
—¿Le declararás tu amor ahora mismo? —inquirió muy asombrado, abriendo enormemente sus ojos negros.
—¡Claro que no, amigo mío! ¡Claro que no! Si hago eso ella huirá despavorida, simplemente voy a visitarla y nada más. Haré las paces con ella.
Y diciendo esto, cerró la puerta tras de sí, dejando a solas a un sonriente y complacido fotógrafo.
—Te deseo mucha suerte, compañero, te deseo mucha suerte… —repitió.
Mientras caminaba por las frías calles del barrio en dónde vivía, cuyas aceras habían comenzado a cubrirse con las hojas de los árboles anunciando la entrada de un otoño muy frío y adelantado, pasó por la librería del señor Hamilton y decidió comprarle un libro a Jo, pues creía, con certeza, que ella se olvidaría completamente del motivo que los había distanciado con un nuevo libro en las manos.
Ya realizada la compra y con un buen consejo por parte del amable dueño de la tienda, Anthony se encaminó finalmente hacia la pensión de los Kirke, dispuesto a volver a ganarse la amistad de su amiga Jo con la esperanza de que, poco a poco, lograra conquistar su corazón.
Mientras tanto, en dicha pensión, nuestra joven protagonista se encontraba sentada frente a su escritorio lleno de papeles en blanco en un vano intento de escribir su novela, pero, sin quererlo, la imagen de Anthony venía a su mente una y otra vez, preocupándola. ¿Por qué ya no venía a visitarla? ¿Acaso estaría enfermo y no quería hacérselo saber? ¿O de viaje? O tal vez había tenido un problema muy grave…
Soltando la pluma y volcando su cabeza sobre el papel, Jo suspiró profundamente, un tanto disgustada y desilusionada.
—Que tonto eres —murmuró—, si no vienes a verme porque te da vergüenza por lo que dijiste el otro día, no eres el muchacho presuntuoso y maduro que yo creía que eras…
Los segundos pasaron y la chica decidió cortar aquel asunto por lo sano.
—¡Bien! ¡Ya basta! —se levantó muy decidida de su silla—. ¡Iré a buscarlo en su departamento y averiguaré por qué ya no quiere ser mi amigo! A estas horas ya debería de estar en su casa…
Y así, con paso firme y decidido, salió de su cuarto luego de haberse puesto el abrigo y bajó por las escaleras saludando a las sirvientas o a algunos huéspedes que se cruzaban con ella en el camino. Atravesó el salón en un santiamén y pronto estuvo frente a la puerta principal que daba directamente a la calle. La abrió y…
—¡Oh! ¡Dios mío! —exclamó estupefacta con los ojos bien abiertos—. ¡Laurie!
Y así era, un sonriente muchacho de cabello rizado, tez morena y unos ojos negros llenos de bondad se encontraba parado frente a ella, en la acera y con cara de sorprendido, pues su querida amiga había abierto la puerta justo un segundo antes de que él la tocara.
Ambos estaban igualmente asombrados.
—¡Jo! ¡Mi querida Jo! —abrió los brazos al tiempo que esbozaba una dulce y hermosa sonrisa—. ¿Cómo has estado? ¡Te he extrañado enormemente!
Sin detenerse a pensarlo y dejándose llevar por la emoción del momento, la joven se le lanzó encima de un salto, abrazándolo loca de alegría.
Sorprendido por aquel caluroso recibimiento que no había esperado recibir, Laurie, sonriendo, también la abrazó, encontrando aquel momento como el más hermoso de su vida.
No lejos de allí, parado sobre la esquina del vecindario y sosteniendo un libro, el joven periodista, Anthony Boone, frunció el entrecejo muy disgustado por la escena que estaba presenciando: su máximo rival había llegado y ya le había ganado una batalla. Con un dejo de tristeza en su corazón, giró sobre si mismo y se alejó de allí, molesto y abatido, pero prometiéndose a sí mismo que lucharía por el amor de Jo.
Quizás había perdido aquella batalla, pero la guerra apenas había comenzado.
/¡Por fin ha llegado Laurie! Jo está muy contenta por tan inesperada y agradable visita… aunque creo que Anthony no comparte el mismo sentimiento… je. De todas maneras… ¡esto se está poniendo muy interesante!/
Nota de una Bloguera Descuidada:
¿QUÉ HUBIERA PASADO SÍ...?
Jo March, nuestra joven y temperamental protagonista, decide ir a vivir a New York para ampliar sus horizontes como escritora, tal y como su amigo Anthony Boone se lo recomendó antes de que éste partiera también hacia la misma ciudad. Pero Laurie Laurence, el vecino adinerado de la familia March, decide él también partir hacia New York para estudiar en la universidad y, algún día, poder declararle su amor a Jo antes de que Anthony lo haga también. El gran problema para ambos muchachos, es que la aficionada escritora tiene un temperamento fatal y es muy poco afecta a las declaraciones de amor... ¿Cual de los dos jóvenes logrará conquistarla?
Género: drama, romance
Pareja: Jo/Laurie, Jo/Anthony - Beth/Laurie, Beth/Jeremy
Pareja: Jo/Laurie, Jo/Anthony - Beth/Laurie, Beth/Jeremy
Calificación: para mayores de 13 años
Publicación: 1 episodio cada miércoles (si se puede)
Cantidad de palabras: variable
Duración: 46 capítulos
Estado: completo
Escritora: Gabriella Yu
*Capítulo 8: Si la Amas, Lucha por Ella*
/¡Hola, amigos! ¿Cómo han estado? ¡Soy Amy! Han pasado varios días desde que Anthony cometió el error de ser demasiado sincero con mi hermana Jo y creo que se ha arrepentido terriblemente de su error… ¿Qué hará ahora?/
Pasaron dos semanas y Jo había comenzado a preguntarse por qué Anthony no había vuelto a visitarla y tampoco se lo había cruzado por la calle, por lo que decidió ir a visitarlo ella misma a su departamento para saber qué mosca le había picado…, esperando que él no estuviera enfermo.
Pero cuando nadie atendía a la puerta de su departamento, Jo supuso que Anthony se encontraba trabajando, y como sabía en dónde trabajaba, se fue caminando hasta la editorial.
Una vez frente al edificio, suspiró y entró en su interior, no antes de que Stephen, un compañero de trabajo y amigo íntimo de Anthony, la viera por la ventana del primer piso. Con su rostro resplandeciente por la emoción, corrió apresuradamente hacia el escritorio de su amigo, quien se encontraba haraganeado después de haber estado casi todo el día en la calle buscando alguna noticia interesante sin mucho éxito.
—¡Noticias bomba, compañero! —exclamó, sonriendo de oreja a oreja el muchacho de largo cabello negro y liso—. ¿A que no sabes quién viene a verte?
Alarmado por aquellas palabras, el aludido bajó los pies de la mesa y lo contempló fijamente a la cara.
—¿La conozco? —preguntó.
—No tanto como te gustaría… —fue la pícara respuesta, guiñándole un ojo.
Anthony Boone no era ningún tonto, sabía muy bien que había una sola persona que reunía ése requisito.
—¿¡Es Jo! —exclamó sobresaltado, poniéndose de pie inmediatamente, pálido como un papel y con los ojos azules completamente abiertos.
—¡Bingo, compañero!
—¡Maldición! ¡Tengo que esconderme! —declaró, mirando hacia todas direcciones con la esperanza de encontrar un buen refugio.
Divertido, su amigo intentó reprimir un ataque de risa al verlo correr de aquí para allá como si estuviera a punto de ser arrestado y llevado a prisión.
—¿Por qué quieres esconderte? —le preguntó, poniendo los brazos en jarra, siguiéndolo con la mirada al igual que el resto de sus compañeros de trabajo—. ¿No me habías dicho que ella era la mujer a la que tanto amas?
—Mira —comenzó a decir, tomándolo por los hombros—, ahora no puedo verla… ¡no sabría qué decirle!
—¿Por qué? —inquirió confundido.
—No puedo decírtelo ahora, Steve, pero prometo decírtelo más adelante… ¡Ahora debo ocultarme antes de que ella entre a ésta oficina!
—¿Por qué no te escondes en la oficina del jefe? —le propuso una de sus compañeras, una mujer de más de treinta años que trabajaba tanto como secretaria del editor en jefe como recepcionista—. En éste momento no se encuentra y sería un escondite ideal.
Sin esperar un segundo más, Anthony se dirigió hacia el mencionado lugar y, antes de cerrar la puerta, les pidió a sus compañeros que le dijeran a Jo que él aún se encontraba trabajando en la calle.
Para cuando nuestra protagonista ingresó a la sala, Anthony ya había desaparecido.
Un incómodo y expectante silencio se hizo en el salón, todos los que estaban allí alzaron la cabeza de sus escritorios para mirarla con una gran curiosidad reflejada en sus ojos para luego volver su atención a sus respectivos trabajos.
En aquella tarde, casi todos los periodistas que integraban el /New York //Chronicle/ se encontraban allí, y a cada cual era más chismoso: Stephen Anderson, quien era fotógrafo; Frida Kluger, la secretaria y recepcionista; Mike, otro periodista y John, el otro fotógrafo. Bruce y Alberto eran otro equipo de periodista y fotógrafo, pero en aquel momento no se encontraban allí.
Jo carraspeó antes de hablar.
—Buenas tardes a todos —saludó con una resplandeciente sonrisa—; me llamo Josephine March y estoy aquí para ver al señor Anthony Boone. ¿Él está aquí?
Todos se miraron de reojo, dirigiéndose fugaces miradas cómplices y sonriendo con picardía. Stephen quiso hablar, pero Mike, un joven pelirrojo de tupido bigote, se le adelantó.
—Buenos días, señorita March. Si buscas a nuestro buen amigo Anthony, él está en la oficina del jefe —le dijo, señalando con la mano hacia la
mencionada habitación.
"¡Oh! ¡Pero qué idiota! —pensó Anthony, quien se encontraba espiando a través de la cerradura—. ¡Ese Mike y sus bromas pesadas!".
Mientras todos le dirigían una mirada acusadora al soplón, Jo se dirigió hacia la oficina; pero justo antes de que abriera la puerta, se volvió, visiblemente preocupada.
—Si está con su jefe en este momento, seguramente está ocupado. Mejor esperaré a que salga…
—¡No, no, no, no! —Negó Mike sacudiendo el dedo índice—. Le aseguro que el jefe no se encuentra en la oficina en este instante, señorita, es que… Es que nuestro buen amigo Anthony está terminando un trabajo pendiente que el jefe le pidió encarecidamente.
—¿Entonces no hay problema si entro?
—Ninguno —respondió maliciosamente mientras los demás lo miraban muy enojados.
Pero como siempre tenemos un malsano interés por los problemas de los demás, la atención de todos se centró en el momento en que la visitante habría la puerta y entraba en el interior de la oficina.
Grande fue la sorpresa de todos cuando, después de unos segundos, la joven salió de la oficina con cara de consternación.
—No está allí —les dijo.
Todos se quedaron con la boca abierta, sorprendidos. ¿En dónde se había metido Anthony?
—Bueno, entonces ha debido de salir a la calle sin que nos demos cuenta —comentó Stephen con la intención de salvar la situación.
Jo pareció muy contrariada, al igual que Mike, quien había deseado ver a Anthony metido en problemas.
—Es una lástima… —comenzó a decir Jo—, ¿pero no podrían decirle de mi parte que lo he estado buscando y que quiero verlo?
—No hay problema; yo mismo se lo diré —aseguró el sonriente fotógrafo.
Y así, luego de despedirse de ellos, Jo se marchó sintiéndose un tanto triste por no haber encontrado a su amigo Anthony, aliviada porque evidentemente no estaba enfermo, pero preocupada porque parecía que él estaba rehuyéndola.
"¡Oh, pero bueno! —pensó molesta—. ¿Qué mosca le habrá picado? Pensé que era más maduro…".
En cuanto la puerta de la oficina se cerró detrás de la visitante, todos los compañeros de trabajo de Anthony se levantaron de sus asientos y se dirigieron atropelladamente hacia la oficina del jefe del diario, dispuestos a enterarse de cómo su compañero había logrado esconderse de ella.
Pero en el instante en que Stephen puso la mano en el picaporte, Jonathan Simms, el tan mencionado jefe del diario, entró al recinto, descubriéndolos.
—¿Pero qué es lo que están haciendo allí? —preguntó.
—¡Oh! ¡No es nada, jefe! —exclamó el amigo de Anthony mientras los demás volvían apresuradamente a sus lugares de trabajo, haciéndose los tontos y comenzando a trabajar con exageración.
Muy extrañado, el editor se dirigió hacia su oficina bajo la atenta mirada de soslayo de sus empleados, quienes lo vieron desaparecer tras la puerta.
Pasaron algunos segundos hasta que…
—¡Señor Anthony Bonne! ¿¡Qué demonios está haciendo usted debajo de mi escritorio!
Ninguno pudo evitar asustarse con aquellos gritos, pero enseguida les entró la risa cuando escucharon a su compañero de trabajo balbucear algunas excusas para poder explicar su estadía en aquel lugar vedado para él y sus compañeros, pero que, finalmente, se vio obligado a revelar la verdadera razón por la que se encontraba allí escondido. De pronto, todos escucharon las estruendosas carcajadas de su jefe y vieron a Anthony salir de la oficina rojo como un tomate, no sólo por la terrible vergüenza que sentía, sino también por la furia que sentía en contra de sus compañeros. Ninguno pudo reprimir sus risotadas, la imagen de Anthony era demasiado cómica.
—¡Ah, claro! ¿Les parece muy gracioso, eh? —protestó el muchacho mientras ponía los brazos en jarra—. ¡Esto debió ser idea tuya, Stephen!
—¡Oh! ¡No, no! ¡Claro que no! ¡Jamás te haría algo así amigo! —se defendió abanicando las manos y la cabeza—. ¡Tú solito te lo has hecho! ¡Ja, ja, ja!
Todos comenzaron a reírse de nuevo, por lo que Anthony no encontró otra solución que tomar sus cosas y largarse de allí. Mientras lo hacía, su amigo no le quitaba la vista de encima, jurándose a sí mismo que averiguaría el motivo por el que él estaba actuando de esa manera tan extraña.
Fuera, mientras caminaba por la acera de la zona céntrica de la ciudad, con el sol poniéndose a sus espaldas y con las lámparas de gas encendiéndose a su paso, la Sexta Avenida se convirtió en un lugar atrayente y lleno de gente muy animada que pasaba a su lado como burlándose de su abatimiento.
Dando un largo suspiro de frustración, Anthony trataba de encontrarle algún sentido a sus propias acciones respecto a Jo, ya que jamás en su vida había actuado tan ridículamente como aquel día en su trabajo. ¿Por qué huía de ella? ¿Por qué le temía? ¿Qué era lo que asustaba escuchar de ella? Volvió a suspirar quedamente. Tal vez era el miedo a ser rechazado o mucho peor, ridiculizado por ella…
Si tan sólo Jo se comportara menos masculina…, pero justamente era eso lo que le había gustado de ella; entonces, lo que realmente deseaba, era que su corazón madurara lo suficiente como para comprender lo mucho que él la amaba sin tener que burlarse de sus sentimientos. Pero esperar a que se diera ese acontecimiento era algo que lo torturaba día con día. Y claro, esperarla no sería nada fácil ni tampoco una garantía de que lo aceptara como a un posible prometido.
Suspiró sintiéndose muy frustrado, ahora, por culpa del estúpido desliz que había cometido el otro día, ni siquiera se animaba a acercársele por temor a sus burlas o desprecio.
A paso lento llegó hasta su departamento e ingresó en él y grande fue su sorpresa cuando encontró las luces encendidas y a su amigo Stephen recostado cómodamente en su cama, leyendo un libro.
—¿Pero se puede saber qué haces tú aquí, Steve? —le preguntó bastante molesto mientras se sacaba el abrigo y el sombrero y los colgaba en el perchero de pie.
—Solamente vine a visitarte, Anthony, y a preguntarte por qué demonios actuaste de esa manera tan ridícula en la oficina cuando esa señorita de quien tanto me has hablado vino a visitarte —replicó, bajando el libro y sonriéndole amistosa pero preocupadamente.
—Eso no tiene por qué interesarte, Steve —replicó molesto mientras se dejaba caer pesadamente sobre una silla.
—¿Acaso se pelearon? —insistió, sentándose en la cama.
—No.
—¿Te descubrió con otra mujer?
—¡No!
—¿Dijiste algo que no deberías haber dicho?
Al ver lo rojas que se habían puesto las mejillas de su amigo, Stephen supo de inmediato que por fin había dado en el clavo con sus testarudas especulaciones.
—¡Bien! ¡Cuéntamelo todo sin omitir ningún detalle! —exclamó lleno de entusiasmo, poniéndose de pie mientras frotaba las manos con entusiasmo.
—Ya te dije que eso es algo que no tiene por qué interesarte —replicó Anthony, ya repuesto y cruzándose de brazos.
—¡Vamos, viejo! —insistió el otro, acercándosele para propinarle un amistoso golpecito de puño en el hombro—. ¿Por qué no me lo cuentas todo? ¡Somos amigos y los amigos estamos para ayudarnos entre sí!
Se agachó, y sus curiosos ojos grises miraron directamente a los ojos azules de su amigo, que, a pesar de su seriedad, aún mantenían un rasgo de su habitual picardía.
—Vamos, Anthony; confía en mí, ¿quieres? Tal vez, si me lo dices, juntos lograremos solucionar tu problema con esa chica.
El aludido se le quedó viendo por espacio de algunos segundos, sopesando los pro y los contra de tener que revelar sus intimidades a aquel muchacho que le había ofrecido su amistad desde el día en que había llegado a la ciudad.
Finalmente suspiró y decidió contárselo todo a riesgo de que al día siguiente, todos sus compañeros de trabajo se enteraran de ello por culpa de su amigo, quien muchas veces no había podido mantener algún secreto guardado por mucho tiempo.
Pero, para su sorpresa, su siempre dicharachero amigo se lo tomó muy en serio en cuanto terminó de escuchar su relato.
—Creo que metiste la pata con esa chica, Anthony —le confesó finalmente.
—Ya lo sé —replicó enfadado—. ¿Por qué crees entonces que no atrevo a mirarla a la cara?
—¿Y por qué no lo haces? Seguramente ya todo quedó olvidado y perdonado para ella.
—¡Pero es que ni siquiera sé si ella se ha molestado por eso! —exclamó angustiado, alzando los brazos con desesperación.
—¿Y entonces qué es lo que te detiene para enfrentarla cara a cara? No lo entiendo… —replicó confundido.
Anthony se quedó con la boca abierta sin saber qué responder, ¿qué era lo que lo detenía si lo que más quería en el mundo era volver a hablar con Jo?
—Es su amigo… —se respondió más a sí mismo que a Stephen—, Theodore Laurence… No puedo evitar sentir celos de él… —Sus ojos casi volvieron a ser vivaces como antes, alimentados por los celos que sentía al recordarlo—. Para Jo él es su mejor amigo y sé muy bien que yo jamás lograré ocupar su lugar… como también sé que él tiene muchas más posibilidades que yo de convertirse en su esposo.
—¡Ah! ¡Entonces tienes miedo de salir herido! —exclamó Steven, golpeando su puño contra la palma de la otra mano, feliz por su descubrimiento.
—¿Salir herido…? —repitió muy asombrado—. ¿Salir herido…?
Entonces, Anthony se quedó mudo, pensando detenidamente en aquellas palabras; era la primera vez en su vida que sentía esa clase de miedo. A sus recién cumplidos 23 años de edad, él jamás había sufrido de esa manera por una mujer, claro que había tenido alguna novia, pero ninguna lo había hecho sufrir de esa manera, dejándolo sumido en una terrible incertidumbre acerca de su futuro... Nunca antes había pensado en el matrimonio como en aquel momento desde que contempló un posible noviazgo con Jo… Todo aquel intrincado asunto no era más que una terrible pesadilla de la que era casi imposible salir.
Al ver a su amigo sumido en aquella dulce tristeza, Stephen decidió dejar de lado sus bromas y se acercó a él, colocando amistosamente su mano sobre el hombro de Anthony para reconfortarlo un poco.
—Oye —le dijo, sonriéndole amigablemente—, no te des por vencido, amigo mío. Desde que te conozco siempre he pensado que eras una persona llena de valor e iniciativa… ¿Por qué no dejas de huir y te decides de una vez por todas en luchar por ganarte el corazón de esa chica? ¡Debes hacerlo,
amigo! —exclamó, tomándolo por los hombros mientras Anthony lo miraba con los ojos bien abiertos, sorprendido—. ¡No hay peor lucha que la que no se hace!
—Pero… ¿y si fracaso?
Steve lo miró directamente a los ojos, con una sonrisa cómplice en su pálido rostro que otrora burlón, ahora se encontraba con un semblante muy juicioso.
—Pues por lo menos tendrás la satisfacción de haber luchado por ella, amigo.
Ambos se quedaron mirando por espacio de algunos segundos hasta que, de repente, Anthony comenzó a reírse con ganas, con su corazón aliviado gracias a los consejos de su buen amigo.
—¡Muchas gracias por tu consejo, Steve! —exclamó, poniéndose de pie y tomándolo fuertemente por los hombros—. ¡Juro que jamás en mi vida había tenido por amigo a un gran sabio como tú! ¿Quién lo hubiera imaginado? ¡Ja, ja, ja!
El aludido lo miró de soslayo y preguntó:
—¿Te estás burlando de mí, verdad?
—Puede ser, amigo, puede ser… —replicó sonriente mientras lo soltaba y se dirigía hacia el perchero y tomaba su abrigo y su sombrero para ponérselos.
—¿A dónde vas? —quiso saber Stephen.
—¿A dónde más voy a ir, mi estimado amigo? —abrió la puerta luego de haberse abrigado bien—. Haré lo que tú me aconsejaste: iré a ver a Jo y lucharé por su amor.
—¿Le declararás tu amor ahora mismo? —inquirió muy asombrado, abriendo enormemente sus ojos negros.
—¡Claro que no, amigo mío! ¡Claro que no! Si hago eso ella huirá despavorida, simplemente voy a visitarla y nada más. Haré las paces con ella.
Y diciendo esto, cerró la puerta tras de sí, dejando a solas a un sonriente y complacido fotógrafo.
—Te deseo mucha suerte, compañero, te deseo mucha suerte… —repitió.
Mientras caminaba por las frías calles del barrio en dónde vivía, cuyas aceras habían comenzado a cubrirse con las hojas de los árboles anunciando la entrada de un otoño muy frío y adelantado, pasó por la librería del señor Hamilton y decidió comprarle un libro a Jo, pues creía, con certeza, que ella se olvidaría completamente del motivo que los había distanciado con un nuevo libro en las manos.
Ya realizada la compra y con un buen consejo por parte del amable dueño de la tienda, Anthony se encaminó finalmente hacia la pensión de los Kirke, dispuesto a volver a ganarse la amistad de su amiga Jo con la esperanza de que, poco a poco, lograra conquistar su corazón.
Mientras tanto, en dicha pensión, nuestra joven protagonista se encontraba sentada frente a su escritorio lleno de papeles en blanco en un vano intento de escribir su novela, pero, sin quererlo, la imagen de Anthony venía a su mente una y otra vez, preocupándola. ¿Por qué ya no venía a visitarla? ¿Acaso estaría enfermo y no quería hacérselo saber? ¿O de viaje? O tal vez había tenido un problema muy grave…
Soltando la pluma y volcando su cabeza sobre el papel, Jo suspiró profundamente, un tanto disgustada y desilusionada.
—Que tonto eres —murmuró—, si no vienes a verme porque te da vergüenza por lo que dijiste el otro día, no eres el muchacho presuntuoso y maduro que yo creía que eras…
Los segundos pasaron y la chica decidió cortar aquel asunto por lo sano.
—¡Bien! ¡Ya basta! —se levantó muy decidida de su silla—. ¡Iré a buscarlo en su departamento y averiguaré por qué ya no quiere ser mi amigo! A estas horas ya debería de estar en su casa…
Y así, con paso firme y decidido, salió de su cuarto luego de haberse puesto el abrigo y bajó por las escaleras saludando a las sirvientas o a algunos huéspedes que se cruzaban con ella en el camino. Atravesó el salón en un santiamén y pronto estuvo frente a la puerta principal que daba directamente a la calle. La abrió y…
—¡Oh! ¡Dios mío! —exclamó estupefacta con los ojos bien abiertos—. ¡Laurie!
Y así era, un sonriente muchacho de cabello rizado, tez morena y unos ojos negros llenos de bondad se encontraba parado frente a ella, en la acera y con cara de sorprendido, pues su querida amiga había abierto la puerta justo un segundo antes de que él la tocara.
Ambos estaban igualmente asombrados.
—¡Jo! ¡Mi querida Jo! —abrió los brazos al tiempo que esbozaba una dulce y hermosa sonrisa—. ¿Cómo has estado? ¡Te he extrañado enormemente!
Sin detenerse a pensarlo y dejándose llevar por la emoción del momento, la joven se le lanzó encima de un salto, abrazándolo loca de alegría.
Sorprendido por aquel caluroso recibimiento que no había esperado recibir, Laurie, sonriendo, también la abrazó, encontrando aquel momento como el más hermoso de su vida.
No lejos de allí, parado sobre la esquina del vecindario y sosteniendo un libro, el joven periodista, Anthony Boone, frunció el entrecejo muy disgustado por la escena que estaba presenciando: su máximo rival había llegado y ya le había ganado una batalla. Con un dejo de tristeza en su corazón, giró sobre si mismo y se alejó de allí, molesto y abatido, pero prometiéndose a sí mismo que lucharía por el amor de Jo.
Quizás había perdido aquella batalla, pero la guerra apenas había comenzado.
/¡Por fin ha llegado Laurie! Jo está muy contenta por tan inesperada y agradable visita… aunque creo que Anthony no comparte el mismo sentimiento… je. De todas maneras… ¡esto se está poniendo muy interesante!/
Continuará el próximo miércoles...
Nota de una Bloguera Descuidada:
¡Hola, mis queridos arrinconados! ¿Cómo están? Espero que bien. Anoche me puse a escribir un poco, sólo por escribir no más, algo sobre Eyeshield 21 y recordé lo bien que me siento cuando escribo... Lástima que no soy buena escribiendo sino me animaría a ser una escritora profesional, pero por lo menos me queda la internet, ¿no es así?
Sigo leyendo el cómic Origenes Marvel Los Sesenta, viendo el drama taiwanés Tristeza en las Estrellas y el anime Eyeshield 21, jugando los Sims Freeplay y editando el drama coreano De Nuevo un Final Feliz.
Sigo leyendo el cómic Origenes Marvel Los Sesenta, viendo el drama taiwanés Tristeza en las Estrellas y el anime Eyeshield 21, jugando los Sims Freeplay y editando el drama coreano De Nuevo un Final Feliz.
¡Gracias por visitar el blog!
¡Nos leemos en la próxima entrada!
¡Cuídense!
Sayounara Bye Bye!!!
Gabriella Yu