Fanfic Mujercitas -¿Qué Hubiera Pasado Sí...?- Capítulo 10

Resumen del anime: Meg, amable y confiada. Jo, independiente y enérgica. Beth, tímida y callada. Amy, amable y precoz.  El padre de familia ha dejado su hogar para servir en la guerra civil estadounidense; luchando contra el ejército Confederado. En su ausencia, una batalla en la ciudad deja a su familia sin casa y él les aconseja buscar hogar en la casa de su Tía Marta, en la ciudad de Newford, Massachusetts. Allí pasan algunos días y aunque al principio, la Tía Marta no está del todo contenta con su presencia, pronto cambia de opinión y se encariña con cada una de las "mujercitas". Poco después se instalan en su nueva casa en los alrededores y conocen muchos nuevos amigos. Sus vecinos serán los Laurence, que viven en la casa de al lado y Laurie, el joven nieto del Sr. James Laurence se hará gran amigo de la familia March. Juntos, todos superan cualquier situación, logrando resolver cualquier problema para salir adelante.



¿QUÉ HUBIERA PASADO SÍ...?

Jo March, nuestra joven y temperamental protagonista, decide ir a vivir a New York para ampliar sus horizontes como escritora, tal y como su amigo Anthony Boone se lo recomendó antes de que éste partiera también hacia la misma ciudad. Pero Laurie Laurence, el vecino adinerado de la familia March, decide él también partir hacia New York para estudiar en la universidad y, algún día, poder declararle su amor a Jo antes de que Anthony lo haga también. El gran problema para ambos muchachos, es que la aficionada escritora tiene un temperamento fatal y es muy poco afecta a las declaraciones de amor... ¿Cual de los dos jóvenes logrará conquistarla?


Género: drama, romance
Pareja: Jo/Laurie, Jo/Anthony - Beth/Laurie, Beth/Jeremy
Calificación: para mayores de 13 años
Publicación: 1 episodio cada miércoles (si se puede)
Cantidad de palabras: variable
Duración: 46 capítulos
Estado: completo
Escritora: Gabriella Yu

*Capítulo 10: Jeremy Williams, un Pianista Muy Misterioso*

/¡Hola amigos! Soy Amy, ¿cómo están? Laurie pronto conocerá a un joven muy apuesto pero también muy misterioso… ¿Lograrán ser amigos o lamentablemente se volverán enemigos? ¡La verdadera vida de un joven independiente ha comenzado!/

     Como a Jo ya se le estaba haciendo tarde para asistir a su salón de lectura, se despidió de Laurie en cuanto ambos se detuvieron frente a la entrada de un edificio de cuatro pisos que se encontraba en la zona artística de la ciudad, en donde músicos, pintores, escultores, filósofos, escritores y actores se reunían para dar rienda suelta a su imaginación y genialidad sin que nadie limitara su libertad de expresión.

     La mayoría de ellos eran pobres, generalmente inmigrantes, pero otros pertenecían a familias acomodadas, en donde se les prohibía ejercer su inclinación artística o simplemente les permitían llevar una vida hedonista y bohemia.

     Con marcada tristeza, Laurie se despidió de su amiga, viéndola desaparecer en la vuelta de la esquina entre la multitud de aquel barrio tan bullicioso.

     Aspirando muy fuerte para reunir valor, Laurie entró al edificio y subió las alfombradas escaleras de madera hasta el segundo piso, cruzando luego por un largo pasillo también alfombrado hasta llegar a la tercera puerta, que era en donde se encontraba el salón de música.

     Luego de permanecer unos segundos en silencio frente a la puerta, murmuró:

     —Bueno, es hora de abrir la puerta de mi destino…

     Pero, justo cuando estaba a punto de llamar a la puerta con los nudillos, lo sorprendió una hermosa melodía de piano. /Claro de Luna/, la sonata # 14de Beethoven, que estaba siendo tocada maravillosamente.

     Jamás en su vida había escuchado a alguien tocar el piano tan solemnemente como ahora, cada nota hacía vibrar su corazón, llenándolo de fuertes sentimientos como nunca antes lo había sentido. Si Beth era una estupenda pianista, aquel o aquella que tocaba ahora el piano era simplemente genial.

     —Madre… —susurró Laurie con los ojos llenos de lágrimas al recordarla, pues aquella siempre había sido su melodía favorita y ni siquiera él había logrado interpretarla de esa manera tan extraordinaria.

     Agarrando el picaporte, lo giró lentamente hasta lograr abrir la puerta lo suficiente para entrar sigilosamente y sin hacer el más mínimo ruido, situándose detrás de otros jóvenes que escuchaban con deleite aquel bellísimo concierto de piano.

     Aquel cuarto era mucho más grande y elegante que el salón de lectura de Jo, estaba completamente iluminado por la luz del sol que pasaba cómodamente a través de unos grandes ventanales e iluminado por elegantes y sobrios candelabros por la noche. Los tonos pasteles gobernaban todo el lugar, tanto sillas como pequeñas mesas se encontraban esparcidas por todo el salón al igual que tres hermosos pianos de cola y algunos violonchelos. Varios cuadros de músicos célebres colgaban de las paredes: Mozart, Beethoven, Bach, Paganini…

     Desviando su atención de aquellos nimios detalles, Laurie miró hacia la esquina de la habitación en donde se encontraba uno de los pianos con su misterioso intérprete: un muchacho delgado y bien vestido, de largos cabellos rubios recogidos en la nuca, iluminados por los dorados rayos del sol. Sus hermosos ojos celestes se encontraban flanqueados por unos delicados anteojos redondos.

     Cuando éste por fin hubo terminado su extraordinaria interpretación de la pieza musical de Beethoven, todo el mundo comenzó a aplaudirlo, extasiados por su talento. Pero el joven, lejos de retribuir alguna muestra de simpatía hacia su público, simplemente se levantó de su asiento, ordenó sus papeles y se dirigió hacia una de las tantas mesas que se encontraban dispuestas por todo la habitación para que los artistas pudieran escribir en ellas, en donde se sentó, ignorando los acalorados aplausos de sus compañeros que poco a poco fueron apagándose a medida que comenzaban a molestarse con aquella actitud tan fría y arrogante por parte del talentoso pianista.

     —Antipático como siempre. ¿Pero quién demonios se ha creído ese tonto? ¿Mejor que nosotros? —se quejó uno de los jóvenes que se encontraba delante de Laurie.

     —Y lo lamentable es que REALMENTE es mejor que nosotros —rebatió otro que se encontraba a su lado—. Williams tiene más talento que cualquiera en este cuarto.

     —Lástima que lo afea ese horrible carácter que tiene —dijo otro.

     —¡Pero es un joven tan apuesto! —exclamó muy emocionada una de las pocas muchachas que también asistían a ese salón de música.

     —¡Sí! ¡Y muy talentoso! —apoyó otra no, con menos emoción.

     Laurie frunció el entrecejo, por lo que había escuchado, aquel magnífico pianista era simplemente eso: un magnífico pianista pero una pésima persona. Y aquel descubrimiento era una verdadera lástima, talento perdido, como suele decirse. Pero como aún estaba interesado en conocerlo a pesar de las opiniones que había escuchado sobre él, Laurie prefirió ignorarlas y formarse él mismo una opinión sobre aquel joven muy particular. Pero en el momento en que adelantaba unos pasos hacia
él, un hombre joven y alto se interpuso en su camino. Tenía el cabello castaño y ondulado, grandes patillas y facciones duras en el rostro que lo hacían más grande de edad de lo que era, puesto que tan sólo tenía 29 años.

     —Creo que no te conozco, jovencito. ¿Quién eres? Nunca te he visto por aquí… —le preguntó, escrutándolo con sus ojos verdes a través de los anteojos.

     —¿Eh? Bueno, yo… —sonrió con timidez, pero estaba dispuesto a participar en aquel grupo—. Soy Laurie Laurence y desearía ingresar a éste salón de música…

     —Mucho gusto en conocerlo, señor Laurence —esbozó una tenue sonrisa mientras le tendía la mano—. Mi nombre es Kreutzel Adler. ¿Así que quiere ingresar a mi salón de música? ¿Y qué es lo que toca?

     —El piano, señor Adler; pero dudo mucho que mi talento siquiera llegue a la mitad del de aquel joven —miró un tanto desanimado hacia el excéntrico pianista.

     —¡Oh! No se preocupe por eso, señor Laurence —lo tranquilizó, mirando él también hacia el mismo lugar—. Si yo buscara la perfección entre mis protegidos jamás lograría que este salón tuviera siquiera un solo miembro. El señor Williams podrá ser muy talentoso, pero sus modales dejan mucho qué desear. Prefiero mil artistas sociables que un artista arrogante… —miró a Laurie con un brillo de picardía en los ojos—, son más fáciles de tratar, ¿sabe?

     —¿Entonces usted es el fundador de éste salón, señor Adler?

     —Así es. La señorita Hamilton y yo fundamos estos salones casi al mismo tiempo.

     —¿Sabe? Justamente fue la señorita Hamilton quien me recomendó este lugar… Bueno, más bien fue una de sus integrantes, la señorita Jo March. ¿La conoce?

     —No, no tengo el honor de conocerla; pero me gustaría conocer a la persona que le recomendó mi salón de música. Venga conmigo —le pidió amablemente, conduciéndolo hacia un grupo de jóvenes muy entusiastas que se encontraban conversando en un rincón de la habitación—. Cada año celebramos el día de la primavera como el resurgir del arte, ¿sabe? La señorita Hamilton y yo juntamos nuestros salones con el del salón de arte y nos dirigimos hacia uno de los tantos parques que hay en la ciudad para disfrutar juntos un buen día de "campo".

     —Eso suena muy interesante —opinó Laurie, muy emocionado con la idea de pasar un día de campo con Jo.

     —Sí que lo es —asintió Adler cuando ya ambos se detenían frente al grupo que conversaba tan alegremente.

     —Caballeros —les llamó la atención—. Les presento a un nuevo miembro de nuestro salón de música: el señor Laurie Laurence, quien interpreta el piano. Espero que sean muy amables con él porque me parece que no es de esta ciudad.

     —¿Cómo lo sabe? —inquirió Laurie, muy intrigado.

     —Porque eres demasiado sencillo e inocente como para pertenecer a la impetuosa ciudad de Nueva York —le respondió, sonriéndole inquisidora y burlonamente.

     Todos se rieron, pero no por maldad, sino por simpatía, demostrándoselo cuando uno de ellos le tendió amistosamente la mano a nuestro avergonzado protagonista:

     —El señor Adler solamente se está burlando de ti Laurie, no te preocupes —le dijo, colocando confianzudamente su brazo sobre los hombros de nuestro protagonista para conducirlo con los demás—. Él es un hombre muy observador, pero yo, en cambio, creo que eres un muchacho de mundo. ¿De dónde eres?

     —Vengo de NewCord, del norte de Boston, pero también he vivido en Europa cuando asistía a un colegio privado.

     —¿Entonces perteneces a la alta sociedad? —quiso saber otro—. La mayoría de nosotros los somos —se alzó de hombros para quitarle importancia al asunto—. Los demás son de clase media o pobre.

     —Eso indica lo poco instruidos en el arte de la música que son esa gente —opinó despectivamente otro.

     —Yo no creo que sea así —discrepó Laurie de inmediato, ofendido al recordar a sus queridas vecinas de NewCord—. La gente de clase media, y especialmente los de clase pobre, generalmente se ven obligados a trabajar toda su vida para poder subsistir; apenas tienen tiempo para frivolidades como ésta. Los pocos momentos de ocio del que disponen lo aprovechan para disfrutar de la música como pueden.

     Los cuatro muchachos se lo quedaron mirando con la boca abierta, muy sorprendidos por el sermón de aquel joven moreno, sencillo y de gran corazón.

     —¡Ja, ja, ja! ¡Veo que eres una persona muy sentimental, amigo! —rió el muchacho que lo había recibido primero, dándole suaves palmaditas en las espalda y tratando de distender la ligera tensión que reinaba en el ambiente. Táctica que funcionó, puesto que todos comenzaron a reírse y a presentarse con Laurie.

     Ninguno de ellos se había percatado de que Jeremy Williams, el pianista estrella del salón, quien había escuchado aquella conversación desde su lugar, se le había quedado mirando de reojo a Laurie, escudriñándolo con sus profundos ojos celestes a través de los pequeños anteojos redondos que siempre llevaba puestos. Estaba furioso y se le podía notar a simple vista.

     Levantándose de golpe, casi tropezando con una joven que se había acercado a él para intentar hablarle, alzó todas sus partituras y las guardó en su portafolio lo más rápido que pudo, dirigiéndose luego hacia el grupo en donde se encontraba Laurie, enfrentándolo.

     —Jamás he escuchado a alguien decir tantas tonterías como tú —y se marchó, dejándolos a todos completamente atónitos, con la boca abierta.

     A pesar de aquel encontronazo, Laurie fue muy bien recibido por sus demás compañeros de salón, para quienes interpretó una hermosa melodía de Mozart: Concierto para Piano # 21. Williams lo estuvo observando toda la tarde, apartado de todos y sin conversar con nadie, limitándose a dirigirles una mirada muy poco amistosa en cuanto alguien intentaba acercarse a él, espantándolo.

     Como Laurie era un chico adinerado y muy simpático a pesar de su timidez, pronto se vio rodeado de amigos interesados en su persona o en su riqueza, por lo que se ganó aún más la antipatía de Williams, quien no podía y no quería evitar odiarlo con todo su corazón a pesar de que Laurie no lo igualaba en su talento musical.

     Pronto dieron las ocho de la noche y la mayoría de los salones artísticos habían cerrado sus puertas, dejando libre a todos lo que concurrían allí, esparciéndose por todas las calles del barrio como un alegre abanico de jóvenes.

     Como Jo le había avisado que saldría una hora antes de lo habitual, Laurie tuvo que contentarse con ir acompañado por sus nuevos amigos y, mientras iban caminando felizmente por la calle, el joven pianista antipático pasó rápidamente entre ellos, golpeando bruscamente a Laurie en el hombro, quien se le quedó mirando como todos los demás.

     —¿Qué le pasa ahora a ése tipo? ¡Lo hizo a propósito! —protestó uno de ellos, adelantando el pie para ir por detrás del agresor y ajustar las cuentas con él, pero Laurie lo detuvo tomándolo del brazo.

     —No vale la pena, déjalo ir. No me hizo nada —le pidió.

     Refunfuñando, el muchacho decidió darle gusto a su nuevo amigo.

     Dispuesto a cambiar el mal ambiente que había caído sobre ellos tras el pequeño disturbio provocado por Williams, Laurie propuso que todos fueran a cenar en algún restaurante elegante del centro de la ciudad. Aquella propuesta fue recibida con gran entusiasmo, haciéndoles olvidar por completo el disgusto anterior.

     En total eran cinco los jóvenes que formaban el alegre grupo de Laurie, que recorrieron las calles que separaban el barrio artístico del centro de la ciudad con gran excitación ante la perspectiva de una deliciosa cena gratis. La búsqueda de un buen lugar resultó muy divertida para todos hasta que encontraron un local hecho para los jóvenes con un balcón que daba a la calle, con mesas y sillas en la acera, adornados con grandes macetones con arbustos en el borde de la acera.

     El alegre grupo eligió una mesa que se encontraba cerca de la entrada del restaurante y se dedicaron a comer y beber mientras charlaban con gran entusiasmo sobre cosas superfluas y nada serias, ambiciones, desilusiones, mujeres y… Jeremy Williams.

     —Oye, Laurie, ¿tienes alguna novia? Me imagino que alguien como tú debe estar rodeado de chicas lindas —preguntó uno de ellos, un chico de estatura media, pelirrojo y lleno de pecas, con unos brillantes ojos verdes llenos de picardía, quien era el primero que le había hablado en el salón.

     —La verdad es que solamente me interesa una chica, Tom —respondió luego de beber su limonada.

     —¿Y cómo se llama ella? —inquirió otro de sus amigos, un joven bajito, algo rellenito y rostro redondo y gracioso que respondía al nombre de Albert. Era moreno y de ojos oscuros.

     Laurie se tomó su tiempo para pensar, pues no quería que sus amigos lo tomaran a broma, pues Jo, furiosa, le haría saber su opinión al respecto en cuanto se enterara.

     —Se llama Josephine —dijo al fin.

     —¡Ah! Josephine es un nombre muy sentimental. Ella debe ser muy romántica —opinó James, un muchacho alto de cabellos castaños y ojos azules. Él era el más apuesto del grupo.

     —¡Ja, ja, ja! ¿Jo, romántica? ¡Nada que ver! —se rió de buena gana nuestro protagonista, desconcertándolos—. Ella está muy orgullosa de su falta de sentimentalismo, es por eso que no puedo declarármele ahora porque me rechazaría con seguridad.

     —¿Entonces no es tu novia? —quiso saber el cuarto muchacho, un joven de aspecto muy común, de la misma estatura que Laurie pero con la piel más blanca. Respondía al nombre de Dany.

     —No… —respondió cabizbajo, poniéndose bastante triste.

     —¿Y no le interesa tu dinero? Hay muchas chicas interesadas, ¿sabes? —propuso James.

     —No. Te equivocas. Ella no es así —replicó, alzando la cabeza muy ofendido.

     James se alzó de hombros y levantó su jarra de cerveza.

     —No lo dije para ofenderte, Laurie; pero lamentablemente hay chicas de esa clase…

     —Entonces es de esas que esperan al hombre perfecto —insistió Albert.

     —O a la mujer perfecta… —apostó Tom con una brillante mirada de picardía en su risueño rostro.

     Todos se rieron de buena gana con aquel chiste que a Laurie no le hizo ninguna gracia.

     —Ella no cree en la perfección y no le gustan las mujeres en ése sentido, Tom —rebatió bastante molesto, cruzándose de brazos.

     —¡Vamos, Laurie! ¡No te enojes, simplemente era una broma! ¡Ja, ja, ja! —insistió el pelirrojo, a quien siempre le había gustado hacer bromas bastante pesadas.

     —Tal vez tu amiga no quiere casarse —fue la certera propuesta de Dany.

     —¡Ah! ¡Ése es mi mayor temor! —suspiró el nuestro simpático muchacho, dejándose caer rendido sobre la mesa, con los brazos cruzados sobre ella, hundiendo la barbilla entre ellos.

     Sus amigos se miraron entre ellos muy preocupados; pero Dany, siempre más maduro que los demás, le puso amistosamente una mano sobre el hombro y le dijo:

     —Ánimo, Laurie; si la esperas, estoy seguro que Josephine querrá ser tu novia en cuanto vea todo lo que estarás dispuesto a hacer por ella.

     —¿Tú crees? —le preguntó, alzando la cabeza para mirarlo con sus grandes y oscuros ojos llenos de esperanza.

     —Por supuesto, amigo; sólo dale tiempo y ya verás.

     Laurie estaba a punto de agradecerle, pero Tom, como siempre, no perdió su oportunidad de utilizar su pintoresco humor.

     —A menos, claro, que ella se enamore de Jeremy Williams debido a su gran simpatía…

     Todos comenzaron a reírse a carcajadas con aquella ocurrencia, ¿a qué chica le gustaría enamorarse de alguien tan creído y antipático como aquel chico?

     —Pero algo bueno debe de tener si tantas de nuestras compañeras están perdidamente enamoradas de él —arguyó Laurie mientras se secaba las lágrimas de sus ojos a fuerza de tanto reír.

     —¡Oh! Ese enamoramiento es meramente platónico —le contó James—; desparece en cuanto él, figuradamente, le "cierra las puertas en las narices".

     —¿Y por qué hará una cosa como ésa?

     —Yo pienso que es tan engreído que ninguna chica está a su altura —opinó Albert mientras comía una deliciosa tarta de frutas como postre.

     —A menos que esté esperando al "hombre perfecto"… —arguyó el bromista de Tom.

     Todos volvieron a desternillarse de la risa, enjuagándose las lágrimas de sus rostros.

     —Discúlpenme un momento; iré a pedir un postre para llevar —se disculpó Laurie, poniéndose de pie.

     —¿Se lo llevarás a tu futura novia? —quiso saber Albert, pues el tema de la comida siempre era muy importante para él—. Ése es un buen comienzo para conquistarla.

     —Claro, porque siempre fuiste muy dado a las "entradas" —bromeó Tom, refiriéndose claramente a la comida.

     Nuevamente todos rieron mientras el gordito se cruzaba de brazos muy enojado y Laurie se dirigía hacia el interior del local, dispuesto a realizar lo que se había propuesto.

     Una vez adentro y luego de pedir un delicioso flan de vainilla con crema y frutillas empaquetado para llevar (con un lindo moñito pegado en la tapa), se dispuso a volver con sus compañeros, pero el repentino sonido de vidrios rotos le hizo volverse por instinto, sorprendiéndose enormemente al ver a través de la puerta entreabierta de la cocina al mismísimo Jeremy Williams vestido como un humilde friega platos, arrodillado sobre el suelo, tratando se alzar rápidamente los pedazos de los vasos y los platos que había roto.

     —¡Williams! ¡Muchacho inútil! ¡Es la tercera vez en la semana que rompes mis cosas! —lo increpó el dueño del restaurante en cuanto entró a la cocina y vio aquel desastre.

     —L-lo siento, señor Mark. Le prometo que no volverá a pasar —le dijo el muchacho con un sorprendente tono de humildad en cuanto se puso de pie.

     —¡¿Y crees que con un "lo siento" estos platos volverán a estar sanos? ¿Eh? ¡Ya he soportado suficiente de tu inutilidad! ¡Lamento haberte contratado! ¡Estás despedido!

     Tanto Jeremy como Laurie se quedaron tan blancos como un papel al escuchar aquella terrible sentencia, pero, como el primero era muy orgulloso, simplemente se limitó a fulminar con la mirada a su ex jefe y arrojar con desprecio el trapo que utilizaba para secar los platos sobre una de las mesas de la cocina.

     —Bien. Como usted quiera, señor Mark; pero espero que, por lo menos, pague mi salario de esta semana.

     —¡Oh! ¿Tu salario, dices? Bueno, aquí lo tienes… —ironizó, sacando unas cuantas monedas y un par de billetes de su billetera para dárselos.

     Jeremy miró estupefacto la pequeña cantidad en su mano.

     —¡Pero esto es una miseria, señor! ¡Exijo que se me dé lo que corresponde! —volvió a exigir.

     —¡Te he dado lo que te corresponde, muchacho! —rebatió el hombre, mucho más enojado que antes—. ¡Y creo que aún te estoy dando demasiado! ¡En ésta única semana que has trabajado para mí has roto más de lo que podrías pagar trabajando en un mes! ¡Vete de una vez si no quieres que llame a la policía para que te saquen a patadas de aquí!

     Refunfuñando pero acicateado por la amenaza, Jeremy se sacó el delantal de muy mala gana y recogió sus cosas para marcharse de allí lo más rápido posible por la puerta de servicio. Laurie, quien era un chico muy curioso y chismoso, le había intrigado sobremanera aquella curiosa escena y decidió seguirlo para enterarse en dónde vivía, puesto que en un principio había creído que pertenecía a una buena familia, dándose ahora con la sorpresa de que se encontraba trabajando para ganarse el sustento.

     Tomada ya la decisión, Laurie pagó rápidamente el postre y lo que habían consumido él y sus amigos para luego salir afuera y despedirse repentinamente de sus confundidos amigos y correr en la dirección que pensaba que había tomado el otro joven. Al doblar la esquina, logró distinguirlo caminando entre los transeúntes con paso firme y rápido, como si fuera el único ser importante del mundo, pero, para la sorpresa de Laurie, en cuanto Jeremy pasó al lado de una mendiga que se encontraba pidiendo limosna con un bebé entre sus brazos, le entregó todo el dinero que le había dado su ex jefe. Ignorando las gracias y bendiciones que ella le prodigaba afectuosamente, el muchacho simplemente se marchó de allí como si nada hubiera ocurrido, metiendo las manos en los bolcillos de su abrigo en cuanto sintió una ráfaga de viento atravesar su cuerpo.

     Laurie sonrió, su instinto le decía que Jeremy no era como los demás y estaba dispuesto a demostrarlo. Quería descubrir el por qué de su actitud tan fría y arrogante en el exterior cuando en realidad parecía ocultar un corazón bondadoso en su interior. Aquel era un misterio digno de resolverse, y él lo resolvería.

/¡Uy! ¡Pero qué chico tan odioso! Yo jamás me haría amiga de alguien como él… ¡pero es tan apuesto! ¿Qué opinaría mi hermana Beth de él en cuanto lo escuchara tocar el piano? ¡Me encantaría saberlo! ¿Y ustedes?/

Continuará el próximo miércoles...



Nota de una Bloguera Descuidada:
¡Hola, mis queridos arrinconados! ¿Cómo están? Espero que bien. No tengo mucho o nada qué contar, así que no es necesario que lean esta seccion XD ¡Ah! ¡No olviden comentar si están leyendo este fic! 
Sigo leyendo el cómic Thor: Historias de Asgard, viendo el drama coreano Astuta y Soltera, y el anime Fairy Tail, y sigo editando el drama coreano W Dos Mundos.


¡Gracias por visitar el blog!
¡Nos leemos en la próxima entrada!
¡Cuídense!

Sayounara Bye Bye!!!

Gabriella Yu

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