Fanfic Mujercitas -¿Qué Hubiera Pasado Sí...?- Capítulo 15

Resumen del anime: Meg, amable y confiada. Jo, independiente y enérgica. Beth, tímida y callada. Amy, amable y precoz.  El padre de familia ha dejado su hogar para servir en la guerra civil estadounidense; luchando contra el ejército Confederado. En su ausencia, una batalla en la ciudad deja a su familia sin casa y él les aconseja buscar hogar en la casa de su Tía Marta, en la ciudad de Newford, Massachusetts. Allí pasan algunos días y aunque al principio, la Tía Marta no está del todo contenta con su presencia, pronto cambia de opinión y se encariña con cada una de las "mujercitas". Poco después se instalan en su nueva casa en los alrededores y conocen muchos nuevos amigos. Sus vecinos serán los Laurence, que viven en la casa de al lado y Laurie, el joven nieto del Sr. James Laurence se hará gran amigo de la familia March. Juntos, todos superan cualquier situación, logrando resolver cualquier problema para salir adelante.



¿QUÉ HUBIERA PASADO SÍ...?

Jo March, nuestra joven y temperamental protagonista, decide ir a vivir a New York para ampliar sus horizontes como escritora, tal y como su amigo Anthony Boone se lo recomendó antes de que éste partiera también hacia la misma ciudad. Pero Laurie Laurence, el vecino adinerado de la familia March, decide él también partir hacia New York para estudiar en la universidad y, algún día, poder declararle su amor a Jo antes de que Anthony lo haga también. El gran problema para ambos muchachos, es que la aficionada escritora tiene un temperamento fatal y es muy poco afecta a las declaraciones de amor... ¿Cual de los dos jóvenes logrará conquistarla?


Género: drama, romance
Pareja: Jo/Laurie, Jo/Anthony - Beth/Laurie, Beth/Jeremy
Calificación: para mayores de 13 años
Publicación: 1 episodio cada miércoles (si se puede)
Cantidad de palabras: variable
Duración: 46 capítulos
Estado: completo
Escritora: Gabriella Yu

TERCERA PARTE: BETH Y JEREMY

*Capítulo 15: Un Ángel *

/¡Pronto llegaremos a la bulliciosa ciudad de Nueva York! ¡Estoy tan ansiosa de conocerla! ¿Qué cosas nos esperará allá? ¡Mis amigas se morirán de la envidia cuando les cuente todo lo que vi!/

Había pasado una semana cuando Jo y Laurie fueron a la estación del tren para darle la bienvenida a la tan esperada familia March. Jo se encontraba muy feliz de volver a ver a los suyos, ¡no se había dado cuenta de lo mucho que los extrañaba! Había estado tan ocupada últimamente que apenas había pensado en ellos.

Expectante, vio llegar al monstruoso ferrocarril que daba pitidos incesantes dando aviso de su arribo a la estación, frenando ruidosamente y envolviendo a todo el mundo con el humo que expulsaba la chimenea.

Apenas se hubo detenido, los pasajeros comenzaron a bajar del tren en cuanto el vigía les anunció el nombre del destino.

Los dos jóvenes buscaron con la mirada entre toda aquella gente desconocida que descendía del tren hasta que por fin lograron distinguir a quienes estaban buscando.

—¡Mamá! ¡Papá! —los llamó Jo loca de alegría, saludándolos con ambas manos para luego comenzar a correr alborotadoramente hacia ellos, esquivando personas y saltando equipajes que se interponían en su camino.

—¡Jo! ¡Jo! ¡Es Jo! —gritó la pequeña Amy, muy entusiasmada y feliz de volver a ver a su hermana, aquella hermana con la que siempre peleaba pero que admiraba muchísimo a pesar de todo. Así que ella también comenzó a correr hacia Jo, esquivando a duras penas a los transeúntes y tropezando con los paquetes y los equipajes de los pasajeros hasta que por fin la alcanzó, lanzándosele encima para abrazarla entre lágrimas de felicidad. Jo también la abrazó, sorprendida por aquel caluroso recibimiento por parte de su hermana menor.

—¡Jo, Jo! ¡Te extrañé tanto! —gemía Amy, aferrada fuertemente al cuello de la joven escritora.

—Yo también te extrañé, hermanita… —replicó sin poder evitar soltar unas lágrimas de emoción.

—Hola, Amy —la saludó el siempre afable Laurie, quien había corrido por detrás de Jo—. ¿Cómo han estado las cosas por allá?

—Muy aburridas sin ustedes. Hola, Laurie. Trato de estudiar todas mis lecciones y de no meterme en líos con el maestro… —recordó entonces aquella vez que Laurie la había aconsejado que volviera a clases después de que el maestro la castigara por desobediente—. ¡Ah, Jo! Me olvidaba contarte que mis amigas Katty y Sussy te mandan muchos saludos y mucha suerte para tu debut… ¡Me encanta decirle a todo el mundo que tengo una hermana que es actriz en Nueva York!

—¡Oh! ¡Vamos, Amy! No es para tanto —replicó Jo, poniendo los brazos en jarra un tanto molesta—. Soy una actriz amateur que va a actuar en una obra desconocida en un teatro de tercera… ¿Cómo puedes sentirte orgullosa por eso? ¡Hay que ver lo vanidosa que eres!

—¡Pfffh! —bufó Amy cruzándose de brazos, ofendida y enojada.

—¡Pero qué manera de correr son esas, chicas! —las amonestó entre sonrisas la siempre femenina y bonita Meg, quien ya había llegado al lado de ellos junto a su familia—. Eres un mal ejemplo para nuestra pequeña Amy, Jo. Aunque las dos siempre se están peleando, ella te admira tanto que no puede evitar imitarte de vez en cuando.

—¿Yo imitar a la que "siempre lo rompe todo"? —rebatió a la defensiva la pequeña poniendo los brazos en jarra y frunciendo el entrecejo—. Creo que no me conoces del todo, Meg; yo prefiero ser una señorita que un chicazo, ¿sabes?

—¿A quién le dices chicazo, eh? —la amenazó Jo, alzando malintencionadamente el puño.

—¿Es que acaso ves otro chicazo por aquí, Jo? —replicó Amy maliciosamente, cruzándose de brazos.

—¡Uf! ¡Ahora verás! —y la muchacha se dispuso a darle un coscorrón a su atrevida hermana que se refugió detrás de Laurie y le sacó la lengua mientras las risas de sus padres detuvieron la venganza de Jo.

—¡Oh, Jo! ¡Ustedes siempre encuentran motivos para pelearse! —dijo la bondadosa Mary March, la madre de las chicas, abrazándola para darle un cariñoso beso en la frente—. ¡Te he extrañado tanto, hijita!

—Y yo también te he extrañado muchísimo, mamita… —contestó abrazándola y acurrucándose sobre su pecho, comenzando a llorar de alegría al sentir de nuevo el tierno corazón de su madre.

—No te olvides de tu viejo padre, hija mía —dijo el señor Frederick March, extendiendo los brazos para recibir a su hija en su regazo.

—¡Oh, papá! —exclamó la llorosa muchacha lanzándose a sus brazos para ceñirlo con todas sus fuerzas.

—Hola, Jo. Yo también te he extrañado muchísimo… —la saludó también la tímida Beth con lágrimas en sus ojos.

La aludida la miró con enorme ternura y se apartó de su padre para ir al encuentro de su hermana más dulce y delicada de todas, abrazándose ambas con aquel intenso amor y ternura que siempre se habían profesado.

—¿Cómo has estado, Beth? —le preguntó, apartándose unos cuantos centímetros para observarla mejor—. ¿Te estás cuidando? ¿No tuviste otra recaída?

—Mh, mh… No —sonrió, negando con la cabeza—. Hannah dice que me he puesto un poco más fuerte porque salgo a pasear todos los días por el jardín de nuestra casa y también del señor Laurence.

—¿De veras? ¡Pues felicidades, hermanita, por dejar la casa de vez en cuando! ¡Ja, ja, ja! —festejó Jo. Pero enseguida se puso a mirar a su alrededor, como si estuviera buscando a alguien—. ¿Es que no ha venido Hannah también?

—No. Ella quiso quedarse a cuidar la casa y a Milkian —le contó su padre—. Hannah tenía muchas ganas de verte actuar pero decidió venir en otra fecha junto con tus amigos del /NewCord Times/ y con John, que ahora se está encargando de los asuntos del señor Laurence hasta que regresemos.

—¿"Hasta que regresemos"? ¿Y por qué debe esperar el prometido de Meg a que regresen ustedes? —inquirió extrañada.

—Porque yo también vine a ver tu actuación, hijita —dijo el viejo caballero James Laurence, sorprendiendo tanto a Jo como a Laurie, pues éste se había aproximado a ellos desde el otro lado del tren.

—¡Abuelo! —exclamó éste último—. ¿Por qué no me dijo que vendría usted también?

El canoso hombre se alzó de hombros, sonriendo casi imperceptiblemente.

—Quería darte una pequeña sorpresa y además quería visitar la universidad en la que asistes para enterarme de tus calificaciones, hijo.

—¡Pues menuda sorpresa me has dado, abuelo! —exclamó el chico, llevándose la mano a su frente, derrotado, provocando que los demás se rieran muy divertidos con la situación hasta que otra voz muy conocida por ellos, sobre todo para Jo, intervino:

—Y yo también vine sin avisar, hijita. Quería darte una sorpresa y verte actuar —declaró una anciana llamada Martha Forrest, viuda del difunto Michael March, hermano del difunto padre de Frederick, Steve March.

Ésta mujer de fuerte temperamento venía acompañada por su dama de compañía llamada Esther, quien saludó a Jo con una leve inclinación de cabeza y una sonrisa.

—¡Tía Martha! —exclamó la sorprendida Josephine—. ¡No me diga que ha venido también mi primo David!

—¡Oh, no! ¡Claro que no, hija mía! ¿Cómo se te ocurre? —sonrió, haciendo un ademán de menosprecio con la mano—. Dejé al inútil de David al cuidado de la casa a pesar de que decía que quería venir a ver tu obra de teatro pero que el deber para conmigo estaba primero.

—¡Oh! Pues qué considerado de su parte —replicó Jo, sarcásticamente—. ¿Y usted también lo dejó al cuidado de su dinero?

—¿Cómo crees que podría hacer tal cosa, Jo? —la anciana sonrió maliciosamente—. Como James y tu padre me hablaron maravillas de la honestidad y capacidad del prometido de Meg que decidí que él cuidara mi dinero hasta mi regreso.

—¡Oh! Veo que /tu/ John ha logrado conquistar a todo el mundo hermanita, te felicito —se burló Jo, volviéndose para mirar a su sonrojada hermana.

—¡Oh, Jo! No digas eso… —replicó la joven novia, llevándose una mano a sus mejillas acaloradas—. John es como es y no necesita esforzarse para ganarse a la gente.

Entonces, su hermana simplemente se limitó a soltar un bufido mientras levantaba las palmas de las manos hacia arriba, derrotada.

—Yo también quise venir a verte, Jo —le dijo la simpática y acaudalada amiga de Meg, Sally Moffat, una joven bonita y amable de largos cabellos castaños.

—Muchas gracias, Sally. Espero que te guste nuestra simple obra de teatro. Claro que no será como las obras a las que estás acostumbrada, pero confío en que te será muy entretenida.

—¡Oh! Estoy segura de eso —sonrió la chica—. Meg me ha contado sobre las historias que escribiste y ya leí la novela por entregas que publicaste en el /NewCord Times/. ¡Me pareció maravillosa!

—¡Oh, gracias! No es para tanto… —dijo la sonrojada Jo, tratando de disimular el orgullo que sentía.

—El hotel los espera, damas y caballeros —les avisó el siempre burlón Laurie, inclinándose ante ellos con un gracioso ademán—. Seguramente deben estar muy cansados por el viaje…

—Vamos, Laurie; compórtate —replicó su abuelo disimulando una media sonrisa.

Y así, el alegre grupo siguió al divertido muchacho que los guió hacia la entrada de la estación en donde los estaba esperando dos carruajes. Las jóvenes subieron en uno y los March y los Laurence en el otro, dirigiéndose entonces hacia uno de los hoteles de más categoría de la ciudad en donde el señor Laurence había reservado varias habitaciones a pesar de que los padres de las chicas se habían opuesto a ello. Los carruajes de alquiler deambularon por las calles más panorámicas para entretener a los visitantes. Cuando llegaron a su destino, los mayores se quedaron en sus respectivas habitaciones para descansar y el resto se dedicó a recorrer las bondades de la ciudad de Nueva York,
deslumbrándose con el centro comercial, ilusionándose frente al teatro en donde Jo iniciaría su carrera como actriz y finalmente visitando la pensión de los King para conocer el lugar en dónde ardía el genio de Jo.

—He conocido muchos lugares en mi vida, pero ninguno tan acogedor como éste —opinó Sally, mirando a su alrededor, contemplando embelesada la placentera sala de estar de la casa luego de que Jo y Laurie les hubiese presentado a la bondadosa señora Kirke.

—¿Quieren conocer mi cuarto? —les propuso Jo, y, volviéndose hacia Laurie le preguntó con tono burlón:

—¿Y cómo está el tuyo, Laurie? ¿Está en condiciones de ser visitado?

—¿Yo? ¿El mío? —comenzó a divagar, poniéndose muy colorado, pues últimamente había descuidado el orden de su habitación y Jo no le había ayudado a limpiarlo.

Riéndose, la chica subió rápidamente por las escaleras seguida por las demás, dejando al muchacho un tanto desubicado para luego comenzar a correr detrás de ellas.

—¡Eh! ¡No van a entrar a mi habitación, ¿verdad?

Jeremy, ajeno a lo que estaba ocurriendo en la casa, le llamó la atención las alegres risas armoniosas de las muchachas, así que decidió entreabrir la puerta de su habitación para espiar y enterarse de lo que ocurría.

No logró ver gran cosa, pues los últimos pliegues del vestido de la última visita femenina que había entrado al cuarto de Jo había desaparecido detrás de la puerta. Frunciendo el entrecejo, el joven
pianista decidió restarle importancia al asunto y bajar a la planta baja para tocar el piano. Pero cuando se dispuso a abandonar su cuarto, vio a una jovencita de aspecto sencillo salir de la habitación de Jo y
dirigirse hacia al pasamano del pasillo para mirar hacia abajo.

Jeremy se quedó congelado detrás de la puerta, mirándola detenidamente a través de la diminuta ranura que había dejado entre la puerta y el marco.

—¿Dices que en el salón de abajo hay un piano, Jo? —preguntó la jovencita sin volver la mirada.

—Claro que sí, hermanita —le respondió la aludida acercándose a ella para colocarle un brazo sobre los hombros—. ¿Por qué no le pides permiso a la señora Kirke para tocarlo?

—¿En verdad que puedo hacerlo? —inquirió la dulce Beth, volviéndose llena de ilusión hacia su hermana, con las manos juntas y los dedos entrelazados.

—¡Pero, querida! —exclamó Meg con una sonrisa al salir del cuarto de Jo—. ¿Es que no puedes dejar en paz los pianos? ¡Tan sólo ha pasado un día desde la última vez que tocaste el tuyo!

—Lo sé, pero no puedo evitar tocar alguno si tengo la oportunidad. ¡Me llena de felicidad hacerlo!

—Vaya, tú no tienes arreglo. ¡Eres otra cuando se trata de pianos! —opinó Amy, poniendo los brazos en jarra al unirse a ellas mientras Sally y Laurie también salían del cuarto.

Furioso, Jeremy cerró la puerta suavemente y se recostó de espaldas sobre ella. ¡Con las ganas que tenía de tocar el piano y una perfecta desconocida tenía que llegar para privarlo de lo único que le daba paz en la vida! Luego de suspirar profundamente, se dirigió hacia su cama y se tiró en ella, dispuesto a maldecir su suerte cuando, de pronto, empezó a escuchar la suave y dulce melodía de /Claro de Luna/, tocada con una habilidad casi profesional, llena de dulce pasión.

Y así, como si estuviera hipnotizado por aquellas hermosas notas musicales, el joven Jeremy se levantó de su cama y salió de su cuarto para comenzar a bajar lentamente por las escaleras al tiempo que la pianista finalizaba aquella sonata para comenzar a tocar el /Himno a la Alegría/ con gran ánimo y destreza.

Aunque aquella niña no tocaba a su nivel, sabía hechizar los corazones de los demás tanto como solía hacerlo él. En ella anidaba un encanto natural que era transmitida hacia las teclas de aquel noble y armonioso instrumento y que a la vez era transmitida a los encantados oyentes. Jeremy, consiente de aquel encanto y comprendiéndola como el músico que era, se quedó parado al final de las escaleras, completamente embelesado, dejándose llevar por aquella música celestial hacia un mundo en donde no existían el dolor ni tristeza, haciéndole olvidar sus propias preocupaciones y el oscuro futuro que muy pronto caería implacablemente sobre él.

Y así, sin darse cuenta de lo que hacía, comenzó a llorar silenciosamente, deslizándole las lágrimas por sus delgadas y pálidas mejillas, aferrándose con la mano izquierda al pasamano de la escalera y
observando detenidamente a la pianista. ¡Ojalá tuviera la suerte de aquella niña para tocar tan despreocupadamente como ella lo hacía! ¿Por qué el destino se empeñaba en burlarse cruelmente de él?

—Pero, Jeremy, ¿qué te pasa? ¿Por qué estás llorando? —le preguntó la inesperada y preocupada señora Kirke, quien se había acercado por atrás.

El atónito muchacho se le quedó mirando blanco como un fantasma, y, para su desgracia, también se dio cuenta de que la jovencita había dejado de tocar y de que todos se habían vuelto hacia él, interrogándolo con sus ojos suspicaces, antojándosele burlones.

Horrorizado y avergonzado, el pobre chico se lanzó corriendo escaleras arriba hasta llegar a su cuarto y encerrarse en él de un portazo, dejando a todo el mundo completamente desconcertado.

—¿Quién era ese muchacho tan encantador? —quiso saber Sally, fascinada con la etérea e inusual belleza del joven desconocido.

—Se llama Jeremy —respondió Jo sin quitar la vista de las escaleras, preocupada—. Deben disculparlo… Ha tenido que vivir situaciones muy difíciles… —Se volvió hacia Beth que la miraba sinceramente sorprendida, como si le pidiera explicaciones en silencio.

—Él ama la música tanto como tú, Beth, y también toca el piano de una manera asombrosa.

La muchachita bajó la mirada y sus ojos oscuros se toparon con las teclas del piano y, acariciándolas con la suave yema de los dedos, recordó la infinita tristeza en los ojos de aquel chico que parecía compartir su misma pasión por la música.

Con gran respeto por los problemas de Jeremy, Jo les contó a todas sobre el intento de suicidio, de su enfermedad, de su vida, de su familia, su extraña actitud hacia las personas que lo rodeaban, su deserción familiar, su depresión y su extraordinario talento como pianista.

Durante un largo tiempo las impactadas jóvenes no pronunciaron palabra alguna, soltando unas lágrimas de vez en cuando, sumidas en la más profunda preocupación y tristeza, sobre todo Beth, que por experiencia propia sabía lo que significaba no poder tocar el piano, que era lo único que la hacía verdaderamente feliz.

Y volviendo su mirada desde el sofá en donde estaba sentada hacia la señora Kirke que se encontraba de pie mirando por la ventana que daba hacia la calle, se animó a preguntarle:

—Señora Kirke, ¿puedo tocar el piano para él? Quiero animarlo un poco como lo hacía Laurie…

—Como gustes, hijita, como gustes… —asintió la llorosa mujer, girando
hacia ella.

Y así, Beth se levantó y se dirigió hacia el piano, comenzando a tocar una de las más hermosas melodías que sabía para aliviar la terrible angustia en el corazón de Jeremy, tal y como lo había hecho Laurie, pero con mucha más habilidad que él.

Mientras tanto, Jeremy se encontraba trepado sobre la cama, cubriéndose el rostro con las manos y deseando con toda su alma estar en otro lugar, pues su orgullo había recibido un duro golpe. ¡Era una verdadera vergüenza el que lo hayan visto llorar tanta gente! Pero la visión de aquella delicada niña tocando el piano se negaba a borrársele de la mente por más que lo intentara con todas sus fuerzas. Su música lo había transportado al paraíso y le había hecho olvidar momentáneamente el cruel infierno por el que ahora estaba transitando. Verla y escucharla tocar el piano le había provocado una serie de sentimientos encontrados de admiración y envidia, confundiéndolo terriblemente.

Con los nervios crispados, Jeremy decidió que debía tomar aire fresco después de haber estado más de un mes encerrado en la casa. Lo necesitaba con urgencia pues ahora sentía que se estaba ahogando.

Agitado, salió de su cuarto y, como un baldazo de agua fría, volvió a la realidad y se dio de lleno con una hermosa sonata que invadía cada rincón del edificio. Sin quererlo, su espíritu inclinado a la música nuevamente se dejó seducir por el talento de Beth, dejándose guiar nuevamente a través de las escaleras hasta la entrada del salón, en donde se detuvo al ver que Jo, Laurie, la señora Kirke, algunos
pensionistas y las visitas se encontraban sentados en las sillas y los sillones o de pie en torno a la pianista. Pero el recuerdo de la vergonzosa escena de hacía unos instantes lo volvió nuevamente a la
realidad y recordó que su prioridad era salir a la calle para tomar el fresco.

Y así, antes de que los demás notaran su presencia y lamentando en el alma tener que dejar de escuchar aquella música maravillosa, salió rápidamente a la calle y se quedó parado en la acera, asustado y sin saber a dónde ir, ya que, habiendo pasado tanto tiempo encerrado, la inmensidad de la ciudad lo apabullaba como un monstruo, mareándolo. Pero, al volver a escuchar las notas del piano, pudo tranquilizarse y supo qué hacer.

Girando sobre sus pies, se dirigió muy decidido hacia una de las esquinas del edificio y entró a una especie de baldío bastante angosto que se hallaba entre la pensión y otra vivienda. Deteniéndose bajo la ventana del salón de estar en dónde aquella dulce chica se encontraba tocando el piano, Jeremy suspiró quedamente, apoyó la espalda contra la pared y se dejó deslizar lentamente hasta quedar sentado en el suelo con las piernas encogidas, ignorando el frío y el hecho de que no se había
colocado el abrigo, poniendo otra vez en peligro su salud. Se dedicó tranquilamente a escuchar a la maravillosa pianista y visualizar su angelical rostro en su mente, cerrando sus ojos ante la dura realidad que le hacía recordar que muy pronto todo cambiaría y ya nada volvería a ser lo mismo.

—Mamá —murmuró tristemente mientras las lágrimas comenzaba a bañar lentamente su rostro—, me hubiera gustado verte y besarte por última vez… Pero no quiero ser la carga de nadie… Perdóname, por favor…

Así permaneció durante más de media hora sin percatarse de que la fiebre le había vuelto y que estaba a punto de entrar en shock por hipotermia, quedándose peligrosamente dormido.

Seguramente Jeremy hubiera tenido un final muy extraño y tranquilo si Anthony no hubiera pasado por allí y escuchado estornudar, llamándole poderosamente la atención.

—¡Jeremy! ¡Jeremy! —exclamó, lanzándose hacia él para comenzar a sacudirlo con fuerza por los hombros para que se despertara—. ¿Pero por qué diablos estás aquí? ¿Acaso te has vuelto loco? ¡Recién acabas de recuperarte!

Despertándose con un sobresalto, el adormilado muchacho volvió su rostro hacia él y lo miró dificultosamente a través de los cristales de sus anteojos.

—¿Anthony…? —murmuró con una profunda tristeza—. ¿La escuchas tocar, verdad…? ¿No te parece una niña maravillosa…?

El periodista alzó la cabeza y prestó atención a su alrededor, logrando escuchar el piano.

—¿Así que ya ha llegado la familia de Jo? —murmuró—. Ésa debe ser Beth…

—¿Beth…? —repitió el chico mientras se ponía en pie ayudado por Anthony—. Es un nombre hermoso… "Elizabeth", como el nombre de un ángel…

Pero apenas terminó de pronunciar estas palabras, perdió el sentido, desmayándose sobre los brazos del sorprendido periodista.

—¡Jeremy! ¡Jeremy! —intentó despertarlo sacudiéndolo con mucha más fuerza que antes, pero no logró hacerlo—. ¡Jeremy, despierta!

Y en el delirio de la fiebre, Jeremy soñó que no podía ver nada, que se encontraba rodeado de la más absoluta oscuridad, envuelto en una fría niebla y que corría y corría hacia un diminuto punto de luz que veía en la lejanía, pero nunca lo alcanzaba. Por más que corriera con todas sus fuerzas nunca lograba alcanzarlo, siempre permanecía en el mismo lugar, extendiendo la mano en vano hacia aquella que podría ser la salida, su última salvación. Desesperado, veía cómo aquel diminuto punto luminoso desaparecía ante sus ojos y todo se quedaba a oscuras a su alrededor, llenándolo de pánico.

—Beth… —murmuró débilmente mientras Anthony lo alzaba en brazos y lo llevaba corriendo hacia la pensión.

/Este chico me preocupa… Además que parece que le atrae nuestra Beth… ¿Por qué tiene esa obsesión con la oscuridad?/

*Notas de Una Autora Descuidada*

*He lanzado algunas pistas acerca del problema secreto de Jeremy, ¿pudieron adivinarlo? Ahora que él conoció a Beth quizás cambie y vuelva a ser el mismo chico de antes…

Continuará el próximo miércoles...



Notas de una Bloguera Descuidada:
¡Hola, mis queridos arrinconados! ¿Cómo están? Espero que bien. 
Sigo leyendo el cómic Los Cuatro Fantásticos: La Llegada de Galactus. Terminé de ver el drama coreano Contrato Para una Boda, y también el anime Fairy Tail. Sigo editando el drama coreano Apuesta Final.


¡Gracias por visitar el blog!
¡Nos leemos en la próxima entrada!
¡Cuídense!

Sayounara Bye Bye!!!

Gabriella Yu

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