Fanfic Mujercitas -¿Qué Hubiera Pasado Sí...?- Capítulo 16
Resumen del anime: Meg, amable y confiada. Jo, independiente y enérgica. Beth, tímida y callada. Amy, amable y precoz. El padre de familia ha dejado su hogar para servir en la guerra civil estadounidense; luchando contra el ejército Confederado. En su ausencia, una batalla en la ciudad deja a su familia sin casa y él les aconseja buscar hogar en la casa de su Tía Marta, en la ciudad de Newford, Massachusetts. Allí pasan algunos días y aunque al principio, la Tía Marta no está del todo contenta con su presencia, pronto cambia de opinión y se encariña con cada una de las "mujercitas". Poco después se instalan en su nueva casa en los alrededores y conocen muchos nuevos amigos. Sus vecinos serán los Laurence, que viven en la casa de al lado y Laurie, el joven nieto del Sr. James Laurence se hará gran amigo de la familia March. Juntos, todos superan cualquier situación, logrando resolver cualquier problema para salir adelante.
Jo March, nuestra joven y temperamental protagonista, decide ir a vivir a New York para ampliar sus horizontes como escritora, tal y como su amigo Anthony Boone se lo recomendó antes de que éste partiera también hacia la misma ciudad. Pero Laurie Laurence, el vecino adinerado de la familia March, decide él también partir hacia New York para estudiar en la universidad y, algún día, poder declararle su amor a Jo antes de que Anthony lo haga también. El gran problema para ambos muchachos, es que la aficionada escritora tiene un temperamento fatal y es muy poco afecta a las declaraciones de amor... ¿Cual de los dos jóvenes logrará conquistarla?
*Capítulo 16: ¡Levántate y Anda! Se Descubre el Terrible Secreto de Jeremy*
¿QUÉ HUBIERA PASADO SÍ...?
Jo March, nuestra joven y temperamental protagonista, decide ir a vivir a New York para ampliar sus horizontes como escritora, tal y como su amigo Anthony Boone se lo recomendó antes de que éste partiera también hacia la misma ciudad. Pero Laurie Laurence, el vecino adinerado de la familia March, decide él también partir hacia New York para estudiar en la universidad y, algún día, poder declararle su amor a Jo antes de que Anthony lo haga también. El gran problema para ambos muchachos, es que la aficionada escritora tiene un temperamento fatal y es muy poco afecta a las declaraciones de amor... ¿Cual de los dos jóvenes logrará conquistarla?
Género: drama, romance
Pareja: Jo/Laurie, Jo/Anthony - Beth/Laurie, Beth/Jeremy
Pareja: Jo/Laurie, Jo/Anthony - Beth/Laurie, Beth/Jeremy
Calificación: para mayores de 13 años
Publicación: 1 episodio cada miércoles (si se puede)
Cantidad de palabras: variable
Duración: 46 capítulos
Estado: completo
Escritora: Gabriella Yu
*Capítulo 16: ¡Levántate y Anda! Se Descubre el Terrible Secreto de Jeremy*
/¡Hola a todos! ¿Cómo han estado? Jeremy ha caído de nuevo, ¡que espantoso fue el momento en que el señor Boone entró con él entre sus brazos! Todos nos asustamos, pero esta vez mi papá y el señor Laurence se enteraron de lo que pasó y decidieron hacer algo de inmediato… ¿Qué será lo que harán?/
Afortunadamente para Jeremy, la recaída no fue tan fuerte como todos habían temido, pero tuvo que guardar reposo durante casi toda una semana por consejo del médico para evitar que volviera a contraer la neumonía. Aún así, le dio una fiebre lo bastante alta como para dejarlo inconsciente la mayor parte del tiempo; en los breves momentos en que recuperaba la conciencia, lo sorprendía el hecho de que siempre había alguien a su lado además de la señora Kirke y Jo. También lo acompañaban por turnos las jóvenes visitantes y una mujer de rostro muy bondadoso que siempre tenía palabras cariñosas para con él. Aquella buena señora le hacía recordar a su madre y lo llenaba de añoranza y paz. A Beth casi nunca la había visto, pero sabía de ella porque siempre se encontraba
tocando el piano, tranquilizándolo. La tímida mirada de aquella niña para con él lo intrigaba de sobremanera.
Cada vez que se dormía, su calenturienta mente no hacía otra cosa más que atormentarlo cono horribles pesadillas en la que algunas veces se veía envuelto en una aterradora oscuridad y otras sin manos para tocar el piano o llegando a su casa para visitar a su madre y encontrar tan sólo su tumba. Y justamente fue aquella clase de pesadilla que lo hizo despertarse sobresaltado y aterrorizado, llamando a gritos a su madre.
—Tranquilo, hijito. Estoy segura que tu mamá está bien —le respondió una voz cariñosa, llena de amor maternal, como la de su madre.
Lentamente giró la cabeza y vio a la misma mujer de rostro bondadoso que lo había cuidado tan solícitamente en aquel tiempo.
—Y tú también estarás bien y muy pronto podrás reunirte con tu querida madre —siguió diciéndole, mirándolo tiernamente con aquellos hermosos ojos dulces que tenía, iguales a los de aquella angelical niña pianista.
—… Pero yo no puedo volver a ver a mi mamá… No puedo… —respondió con voz temblorosa mientras las lágrimas comenzaron a recorrer sus mejillas. El dolor que sentía era ya insoportable.
Ella sonrió, era una sonrisa triste y condescendiente a la misma vez y, acercando su mano hacia la mejilla de Jeremy, lo acarició suavemente, provocando que el chico cerrara los ojos ante aquel cariño tan anhelado.
—Pero, hijito —comenzó a decir ella con voz quebrada—, ¿es que no te das cuenta de que esa separación te está matando?
Jeremy abrió los ojos ante aquellas palabras y, no pudiendo soportar por más tiempo toda aquella terrible situación por la que se encontraba atravesando, se lanzó al regazo de aquella buena mujer y comenzó a llorar con todas sus fuerzas, como si estuviera desahogándose de una pena muy grande que se había visto obligado a llevar sobre su joven y solitario corazón.
Aquella bondadosa mujer no era otra más que la mismísima Mary March, la madre de Jo y Beth, quien se inclinó sobre él, abrazándolo suavemente, protegiéndolo con su compasivo corazón, entregándole todo su cariño.
—¡Quiero ver a mi mamá! —Jeremy gemía dolorosamente—. ¡Quiero verla pero no puedo hacerlo! ¡No puedo hacerlo!
—¡Oh, querido! —exclamó Mary, llorando, angustiada por el dolor de aquel chico que su hija había intentado evitar que se suicidara.
Mientras tanto, en la sala de estar, Jo, Laurie, Meg, Beth, Sally y la señora Kirke esperaban ansiosos la llegada del señor Laurence, Frederick March y Anthony, pues traerían información muy valiosa acerca del Jeremy.
El abuelo de Laurie, al enterarse del grave estado depresivo del joven, decidió averiguar por sus propios medios todo lo concerniente sobre su vida para conocer de una vez por todas el misterioso origen de sus problemas, y él no era un hombre que aceptaba un "no" por respuesta.
Todas se sobresaltaron al escuchar abrirse y cerrarse la puerta de la calle, viendo aparecer al viejo caballero con aire de grave seriedad al igual que los otros dos.
—¿Q-qué pasó? ¿Averiguaron algo? —inquirió Jo, sintiendo que las piernas le temblaban tanto por la ansiedad como por la expectación.
En ese momento, la señora March bajaba para reunirse con ellos,
deteniéndose a mitad de la escalera al escuchar aquella pregunta. Amy
dejó de dibujar y se aproximó a Jo para tomarla de la mano tan
expectante como los demás, aunque en ella era más curiosidad que otra cosa.
—Lo que pasa… —comenzó a decir Anthony, pero el viejo Laurence lo interrumpió.
—Deje que se los diga yo, señor Boone.
—Muy bien, señor Laurence. Como usted diga —asintió.
Luego de mirar a cada una de las presentes con detenimiento, les dijo:
–Lo siento mucho, pero no puedo revelarles el resultado de las investigaciones sin el previo consentimiento del afectado. Primero deberé conversar con él primero —Se volvió hacia la señora Kirk mientras los demás se miraban entre ellos, desencantados—. ¿Está el señor Williams despierto?
—Creo que sí… La señora March está con él ahora.
—Perfecto. Iré a hablar con él. ¿Puede indicarme la habitación, por favor?
La mujer asintió y subió por la escalera seguida por el señor March y el abuelo de Laurie. Anthony se había quedado abajo con los demás, sentándose pesadamente sobre el sofá, derrumbado por el conocimiento del secreto de Jeremy.
Luego de dirigirse unas miradas inquisidoras con Laurie y Meg, Jo se acercó lentamente al periodista, estrujándose las manos.
—¿Es verdad que no nos dirán nada? —preguntó.
Anthony alzó la mirada y se le quedó viendo por unos momentos en completo silencio antes de contestarle.
—No podemos, Jo. ¿No te acuerdas que Jeremy nos pidió que no le avisáramos a su madre y que no nos metiéramos en sus asuntos? Cuando él lo considere necesario, te lo contaré todo.
—¿Es algo muy feo? —quiso saber la pequeña Amy, aferrándose a su brazo, con la curiosidad y la preocupación de una niña de 12 años.
Anthony le sonrió con la intención de tranquilizarla.
—No. No te preocupes, pequeña Amy. No es nada feo —mintió.
Mientras tanto, los señores March y Laurence habían entrado a la habitación de Jeremy, quien, incorporándose sobre la almohada, se les había quedado mirando muy sorprendido, pues no conocía a ninguno de los dos.
—El señor Jeremy Williams, me imagino —dijo el más viejo de ellos mientras Mary se unía con su esposo luego de que la señora Kirke se hubo marchado.
—Sí… —apenas logró contestar el muchacho, puesto que el imponente aspecto de aquel anciano lo apabullaba.
—Mi nombre es James Laurence y soy el abuelo de Laurie —se presentó para luego señalar al otro hombre más joven que venía con él—. Él es el padre de Jo, el señor Frederick March.
—Mucho gusto en conocerlos, caballeros… —Jeremy les hizo una corta reverencia con la cabeza, demostrando su buena y esmerada educación inglesa—. Disculpen si no me pongo de pie, pero lamentablemente no me siento demasiado bien como para salir de la cama…
James sonrió.
—Veo que, aunque esté en los peores momentos de su vida, usted no ha dejado de ser un caballero.
—…No lo creo, señor… —refutó, bajando la mirada, sonrojándose al recordar su vergonzosa huída de las escrutadoras miradas de las demás cuando lo vieron llorar—… Mi madre siempre me ha dicho que soy impulsivo y… orgulloso…
—¿No extrañas a tu madre, jovencito? —le preguntó de repente el señor March, paralizándolo.
—… No demasiado, señor March… —mintió, mirando sus manos mientras éstas estrujaban las frazadas—. Nunca hemos compartido mucho tiempo juntos…
Mary torció el gesto muy preocupada, pues sabía que eso no era cierto. ¿Por qué mentía entonces?
—Mira, muchacho —comenzó a decir el viejo Laurence, comenzando a caminar de un lado a otro, cruzándose de brazos y llevándose la mano al mentón muy pensativo—. Me he enterado por medio de mi nieto Laurie sobre tu extraño comportamiento, y debo decirte, con sinceridad, que de verdad me das vergüenza, verdadera vergüenza ajena, jovencito.
—¡¿Cómo dice? ¡¿Qué yo le doy vergüenza? ¡¿Pero cómo se atreve usted a decirme algo así, caballero? —se enfadó Jeremy, tratando en vano de levantarse de la cama, herido en su orgullo—. ¡Que yo sepa no lo he ofendido en ningún sentido, caballero, y espero que se disculpe!
—Tú eres el que debería disculparse contigo mismo y con tu madre —rebatió James inmediatamente, volviendo su recta mirada hacia el sorprendido muchacho.
—¿Q-qué quiere decir con eso?
—Ya me he enterado de todo lo que has intentado ocultar todos estos meses, jovencito —fue la asombrosa revelación del anciano.
—¿C-cómo…? —murmuró Jeremy, lívido y con la mirada desencajada.
—¿Cuál secreto? —quiso saber la señora March.
El señor Laurence volvió su rostro hacia ella y le respondió que era una historia muy triste de contar pero que lo contaría para que ella se enterase de todo lo que le había ocurrido a su protagonista.
—Usted no tiene derecho a meterse con mi vida, caballero —protestó Jeremy, ya recuperado de la primera impresión.
—Has intentado quitarte la vida frente a mi nieto —replicó el anciano con firmeza, volviéndose hacia él—, y de por sí esa acción es irreflexiva y estúpida por cualquier motivo que hayas tenido para cometer una tontería de esa clase.
—¡Mi motivo es algo que a usted no debe incumbirle, señor! —replicó, rojo como un tomate.
—¿Acaso abandonar a tu madre es un motivo por el que vale la pena quitarse la vida, querido? —inquirió Mary con los ojos llenos de lágrimas, aferrada al brazo de su marido.
Jeremy bajó la cabeza, avergonzado.
—… Yo no me refería a eso, señora…
—Tanto el señor Boone, Frederick y yo sabemos el verdadero motivo por el que te alejaste de tu familia e intentaste suicidarte, muchacho —declaró el abuelo de Laurie, cruzando su seria mirada con la determinada de Jeremy, como si éste ya estuviera listo para que su secreto fuera revelado—. Tú comenzaste a hacerte cargo de la manutención de tu madre y tus hermanas cuando tu padrastro los abandonó en la miseria, tiempo después, cuando parecía que tu vida iba a tomar el camino que siempre anhelaste: el de la música, recibiste un golpe fatal y decidiste que vivir ya no valía la pena…
—Vivir sí vale la pena —lo interrumpió el ceñudo pianista—. Es mi vida la que ya no vale la pena vivirla.
—Pero, Jeremy… —quiso intervenir la afligida señora March, pero Frederick le pidió que no lo hiciera.
—¿No lo entiendes, querida? —le dijo en voz baja—. El chico solamente no tiene un motivo para seguir viviendo. Cuando encuentre uno ya no intentará volver a quitarse la vida.
—Ojalá tuvieras razón, cariño —lo miró con ojos llenos de esperanza.
Para sorpresa de Jeremy, el señor Laurence comenzó a reírse con aquella voz gruesa que tenía.
—Yo no lo veo nada de gracioso con lo que dije, señor —lo interrumpió muy ofendido.
—¡Oh! Tienes mucha razón, lo siento… —se disculpó de inmediato—. Lo que sucede es que me gustó lo que dijiste. Eso significa que eres una persona con mucha voluntad pero que necesitas un motivo y un camino qué seguir… —Se calló y se puso serio, listo para seguir revelando el terrible secreto del joven pianista.
—Pero perdiste el camino en cuanto supiste que el sueño por el que tanto habías luchado jamás se haría realidad.
Nuevamente Jeremy inclinó la cabeza, cerrando los puños con fuerza mientras intentaba no llorar frente a aquellos caballeros, pues el dolor que le provocaba al saber que jamás podría ser un pianista profesional, le rompía el corazón.
El señor Laurence continuó:
—Jeremy Williams, ¿sabías que fuiste nombrado heredero legal de la fortuna de tu abuela Lady Lidia Williams y que ella te ha estado buscando después de tu desaparición?
—Eso no me interesa —cortó el aludido, aparentemente desprovisto de todo sentimiento por aquella mujer que había dejado a su madre sumida en la miseria.
—¿No te interesa saber que hace unas pocas semanas tu abuela hizo las paces con tu madre y volvió a acogerla a ella y a tus hermanas?
Si Jeremy llegó a sorprenderse con aquella buena nueva, su rostro permaneció estoico, duro como el granito.
—Bien por ellas —dijo al final, permaneciendo insensible hacia su propia persona—. En ese caso ya no tendré que preocuparme por ellas y podré partir en paz.
Los otros tres fruncieron la boca al escuchar aquello.
Intentando ignorar aquel comentario negativo, el señor Laurence continuó con su historia.
—Mi agente en Inglaterra investigó cada paso que diste a partir del día en que fuiste abandonado por tu segundo padre. No pudo encontrar un motivo valedero por el que te hubieras decidido a abandonar a tu familia tan de repente; hasta que… —guardó silencio, lo que diría iba a ser muy duro tanto para la señora March como para Jeremy—, logró convencer al médico personal que atendía a tu familia de que le revelara el verdadero estado de salud de uno de sus pacientes… El joven Jeremy Williams.
Jeremy lo miró fijamente como si estuviera desafiándolo a que dijera la verdad. Desafiando aquella dura verdad.
—Le dijo que perderás totalmente la vista en menos de un año.
Mary March, al escuchar esto, se llevó la mano al corazón, llena de angustia al conocer semejante noticia, pero el muchacho comenzó a reírse, una risa apocada y nerviosa, pero que a la vez se mezclaba con un extraño sentimiento de libertad. Como si un tremendo peso que llevaba sobre sus espaldas se hubiera aligerado considerablemente al ver que su secreto por fin había sido descubierto.
—Así que ya lo saben… —Jeremy volvió a bajar la vista, nublándosele los ojos con las lágrimas, por lo que se sacó los anteojos y se secó con la manga de su pijama antes de seguir hablando—. ¿Entienden ahora por qué me alejé de mi familia? No quiero ser una carga para ellos… No quiero ser la carga de nadie…
—No, querido, te equivocas —lo interrumpió Mary, dejando a su esposo, para arrodillarse al lado de la cama del enfermo para tomarlo de las manos—. ¿Cómo se te ocurre una cosa así? Cuando una familia o amigos te aman, nunca resultarías un estorbo para ellos…
—Mi familia estaba sumida en la pobreza —le dijo el muchacho, agradecido con las cariñosas palabras de aquella buena mujer—, yo no quería que se preocuparan por mí más de lo que ya estaban. Un problema más era lo que menos necesitaban tener.
—¿Piensas volver ahora que tu madre volvió a hacer las paces con tu abuela? —quiso saber Frederick.
El chico negó con la cabeza lentamente.
—No. No quiero volver. Perderé la vista tarde o temprano y no pretendo convertirme en un estorbo ni… ni tampoco quiero que nadie me mire con lástima. He tratado de no mezclarme con la gente para no convertirme en un problema para nadie…
Los dos hombres se miraron, poniéndose de acuerdo silenciosamente en que aquel muchacho era una persona muy orgullosa.
—¿Pero es que no quieres volver a ver a tu madre, querido? —insistió la señora March, mirándolo suplicante—. Ella debe estar terriblemente preocupada por ti, y aunque tú no quieras verla, estoy segura de que ella daría cualquier cosa por volver a abrazarte y darte un beso.
Jeremy se le quedó mirando en completo silencio, mordiéndose los labios, pues sabía que ella tenía razón.
—No quiero que sepa que me quedaré ciego. No quiero que se preocupe por mi futuro. Prefiero que no sepa nada más de mí… —bajó la mirada, adolorido—… Le escribí una carta antes de intentar suicidarme… Le escribí que no se preocupara por mí, que yo estaba viviendo y trabajando tranquilamente en Estados Unidos y que me había enamorado de una linda jovencita y que me había olvidado de mis "tontos" sueños de ser un pianista… —sonrió tristemente—… Espero que la carta ya le haya llegado… No quiero que ella siga sufriendo por mi culpa nunca más…
—No sabes cuánto me alegra escucharte decir eso, muchacho —le dijo Frederick, sonriendo—. Había llegado a pensar que eras demasiado egoísta como para pensar en los sentimientos de tu madre…
—No quiero que ella sepa sobre mi enfermedad… Eso la haría sufrir muchísimo y quiero ahorrárselo a cualquier precio —sentenció.
—¿Por qué quisiste suicidarte? —preguntó James Laurence, siempre práctico e impasible. Jeremy se le quedó mirando por espacio de algunos largos segundos hasta que por fin reveló sus motivos.
—Amo la música, señor, siempre he deseado ser un gran intérprete y compositor. Mi gran pasión siempre ha sido tocar el piano desde que tengo uso de razón… —alzó temblorosamente sus manos y las contempló con los ojos llenos de lágrimas—. Cuando supe que perdería la vista todo se derrumbó a mi alrededor… Fue como si un rayo hubiera caído sobre mí… Supe de un golpe que jamás lograría cumplir mis sueños, que cuando perdiera la vista jamás volvería a tocar el piano como antes… El sólo hecho de pensar en los errores que cometería al intentar tocarlo me mortificaban terriblemente… Mi vida entera siempre ha girado alrededor de ese sueño. Cuando toco el piano y escucho sus dulces melodías siento que me transporto en un mundo lleno de paz y armonía. Nada me preocupa ni ninguna otra cosa me importa más que estar en ese paraíso lleno de música… —entonces, volviendo la cabeza hacia el otro lado para que los demás no se fijaran en su rostro, Jeremy no pudo evitar que de sus ojos comenzaron a brotar más y más lágrimas—. ¿Lo entienden ahora? Vivir en un mundo sin música y rodeado de la oscuridad más pavorosa es algo que me aterroriza. ¡Estar ciego, no poder tocar el piano y estar condenado a ser una carga para los demás por el resto de mi vida no es vida para mí! ¡No quiero vivir una vida vacía cargada de tristezas! ¡Tocar el piano es mi vida y esa vida se terminará muy pronto para mí! ¡Mi vida ya no tiene ningún sentido si ya no podré tocar el piano nunca más! —y ya no pudiendo soportar el dolor que había llevado sobre sus espaldas desde el día en que se había enterado de su trágico destino, Jeremy comenzó a llorar amargamente, cubriéndose el rostro con las manos.
Conmovido por el inmenso dolor que demostraba aquel muchacho tan sensible como singular, Frederick March se acercó a él y le colocó la mano en la cabeza para calmarlo y llamarle la atención.
—Escúchame con atención, jovencito —le dijo con una voz suave y comprensiva, después de todo, Jeremy era tan sólo un chico de 18 años que trataba de aparentar ser fuerte ante la dura realidad que le había tocado realidad cuando en verdad era muy sensible—. Jamás he conocido a alguien que ame tanto la música como tú, ¿pero no te parece triste el tener solamente un objetivo en la vida? ¡Hay tantas cosas por vivir además de la música! Dime, ¿conoces a mi hija Beth?
Al escuchar aquel nombre, Jeremy dejó de llorar poco a poco, sonrojándose ligeramente.
—… La he visto tocar el piano, señor…
—Bien. ¿Sabes que ella adora la música tanto como tú? Su mayor felicidad siempre fue tocar al piano… —su rostro se llenó de orgullo paternal mientras seguía hablando—. Beth es una niña sencilla, amable, cariñosa, siempre preocupada por los demás… —en ese momento, sus ojos se velaron de repente, entristeciéndose—, pero también es una niña muy tímida, delicada y enfermiza… Nunca pasaba un año en el que no se resfriara o tuviera la fuerza suficiente como para correr junto a sus otras hermanas… hasta que el año pasado se enfermó de fiebre escarlatina.
Jeremy se quedó como de piedra al escuchar semejante desgracia, pues sabía muy bien que la escarlatina era una enfermedad muy grave y que generalmente acababa con la vida de las personas más débiles.
—En ese momento yo me encontraba internado en un hospital de Washington y mi esposa Mary se encontraba conmigo para cuidarme. Mi hijita estuvo al borde de la muerte pero mis dos hijas mayores la atendieron con esmero hasta que logró superar la crisis. Fueron unos días realmente espantosos, pero mi hija logró recuperarse poco a poco con la ayuda de su madre. ¿Y sabes qué? Ahora ella valora las cosas mucho más que antes, además de la música que tanto ama, sale a pasear por el campo y hasta visita a su tía de vez en cuando —sonrió divertido—, siempre y cuando la acompañe alguna de sus hermanas… El caso es que Beth encontró más motivos para vivir aparte de la música, ahora valora cada aspecto de la vida y sabe mirar más allá de su propio mundo… Tal ves tú puedas hacer lo mismo, ¿no te parece?
Jeremy guardó silencio, ensimismado en sus propios pensamientos, sintiendo gran admiración por Beth, a quien ahora parecía conocerla muy bien gracias a la descripción de su padre. Ella, tan delicada como aparentaba, había luchado contra la muerte para poder sobrevivir, ¿por qué él no podía hacer lo mismo?
—No quiero ser grosero, señor March, pero mi situación no es tan parecida como la de su hija —le dijo con suavidad pero sin mucho convencimiento sobre sus propias palabras—. Será muy difícil, pero haré lo posible para encontrar otro motivo para vivir…
—No sabes cuánto me alivia escuchar eso, hijo —declaró el señor Laurence mientras los esposos March suspiraban aliviados por el mismo motivo—. Debes ser fuerte y enfrentar la adversidad con valor, sólo así los muchachitos se convierten en hombres hechos y derechos… —Y acercándose
él también a Jeremy, le colocó amistosamente la mano sobre el hombro, sonriéndole amablemente, el joven pianista lo miró expectante—. Quiero que sepas que las personas ciegas no tienen por qué ser necesariamente un estorbo para los demás; hay escuelas que les enseñan a llevar una vida casi normal. Sé que ahora lo ves todo oscuro, pero confío en que logres valorar tu vida y darle otra dirección.
—Lo intentaré, señor —le dijo más para tranquilizarlo que para sí mismo, pues aún tenía la firme idea de que una persona ciega era un estorbo y que no podía hacer nada por sí misma.
—Debes prometerme que volverás a escribirle a tu madre y que volverás a verla para darle un beso, querido. ¡No tienes idea de lo mucho que puede sufrir un corazón de madre! —le pidió la señora March con lágrimas en los ojos, apretando la delgada y pálida mano de Jeremy entre las suyas.
—Se lo prometo, señora… —asintió con un leve temblor de labios y llenándosele los ojos de lágrimas, recordando a su querida madre e imaginando lo mucho que estaría sufriendo por culpa suya. Miró a su alrededor, agradecido por la comprensión de aquellas personas que apenas lo conocían.
—… Quiero… Quiero tocar el piano para ustedes…
—Está bien, querido, cuando te mejores lo… —comenzó a decir Mary, pero él la interrumpió.
—No. Quiero tocarlo ahora.
—¿Estás seguro de eso? Aún no estás lo suficientemente fuerte como para hacerlo —replicó preocupada.
Entonces, Jeremy la tomó de las manos y la miró directamente a los ojos, decidido.
—Debo aprovechar el poco tiempo que me queda para hacerlo. No puedo seguir perdiendo el tiempo sintiéndome miserable.
Al escuchar eso, los dos hombres se miraron complacidos, por fin Jeremy comenzaba a enfrentar su destino con valentía.
—Déjalo que toque el piano si eso es lo que quiere, Mary —le pidió su esposo—. Déjalo si eso es lo que lo hace feliz.
Ella se le quedó mirando un tanto pensativa, pero enseguida lo comprendió todo y le sonrió al joven pianista, asintiendo silenciosamente a su pedido.
Minutos después, grande fue la sorpresa de todos en la planta baja al ver que Jeremy bajaba lentamente por las escaleras apoyado en el brazo del señor March para luego sentarse al piano y comenzar a interpretar algunas hermosas sonatas para todos los presentes, embelesándolos con sus asombrosos dotes como pianista.
Los esposos March, el señor Laurence y Anthony no pudieron reprimir unas lágrimas de compasión al comprender por fin por qué Jeremy se había comportado de aquella manera tan extravagante. Aquel maravilloso talento que poseía de transmitir los sentimientos a través de la música, se perdería para siempre junto con su vista.
Beth, ajena a aquella terrible situación en la que Jeremy estaba atravesando, había quedado completamente embelesada con su soberbia interpretación. Nadie en aquel lugar lograría comprenderlo nunca como ella lo estaba haciendo ahora. Oculta detrás de su hermana Jo, no le
quitaba la vista de encima mientras las lágrimas comenzaron a bañar silenciosamente sus mejillas al intuir que aquel muchacho portaba una inmensa pena sobre sus espaldas, deseando ayudarlo con todo su corazón.
Desde aquel momento, Jeremy había decidido que buscaría otro motivo por el qué vivir, y como él era un muchacho con una determinación de piedra, pondría todo de sí para encontrarlo.
/No imaginaba que aquel chico tocara el piano como los ángeles… ¡Hasta lo hace mejor que nuestra Beth por más duro que sea admitirlo! Y aunque aún tiene una mirada llena de tristeza, su manera de ser parece que ha cambiado completamente… ¿Qué le habrá pasado?/
*Notas de una Autora Descuidada:*
* Parece que por fin Jeremy ha dejado atrás su depresión, ¿logrará darle otro rumbo a su
vida? ¿Realmente perderá la vista? Hay una atracción silenciosa entre ély Beth… ¿pero lograrán confesarlo? ¡Muy pronto lo sabrán!*
Continuará el próximo miércoles...
Notas de una Bloguera Descuidada:
¡Hola, mis queridos arrinconados! ¿Cómo están? Espero que bien.
Sigo leyendo el cómic Los Cuatro Fantásticos: El Día del Juicio, viendo el drama coreano El Romance de la Suerte, y el anime Gintama. Sigo editando el drama coreano Apuesta Final.
Sigo leyendo el cómic Los Cuatro Fantásticos: El Día del Juicio, viendo el drama coreano El Romance de la Suerte, y el anime Gintama. Sigo editando el drama coreano Apuesta Final.
¡Gracias por visitar el blog!
¡Nos leemos en la próxima entrada!
¡Cuídense!
Sayounara Bye Bye!!!
Gabriella Yu